Mis queridos jóvenes: recibid mi saludo lleno de afecto y la promesa de mi oración por todos vosotros.
Al igual que el año pasado, en este día de la Fiesta de San Juan Bosco, 31 de enero, yo me encuentro en otra parte del mundo. Esta vez en Asia, Timor Este. Desde aquí deseo hacerme presente en los más diversos lugares del mundo donde haya jóvenes que viven esta alegría de sentir que el Señor les ha regalado a Don Bosco como Padre y Maestro de la Juventud.
Está todavía muy reciente el encuentro del Papa Francisco con los jóvenes de Chile y de Perú, días atrás. También hay un gran movimiento en torno a la preparación del Sinodo de los Obispos, convocado bajo el lema: “Jóvenes, Fe y Discernimiento Vocacional”. Y el mismo Papa Francisco quiere encontrarse en la semana previa al Domingo de Ramos con delegaciones de jóvenes de todo el mundo, porque desea un “encuentro donde vosotros vais a ser los protagonistas, jóvenes de todo el mundo, jóvenes católicos y no católicos, jóvenes cristianos y de otras religiones, y jóvenes que no saben si creen o no creen; todos, para escucharlos, para escucharnos directamente, porque es importante que vosotros habléis, que no os dejéis callar”.
Todo esto me produce una inmensa alegría.
¿Sabeis una cosa? Cuando voy por el ‘mundo salesiano’, en las más diversas naciones, y me encuentro con vosotros los jóvenes, y veo vuestros rostros, vuestras sonrisas, vuestras miradas sinceras, limpias, auténticas, me digo: el mundo, y la Iglesia, y nuestra Familia Salesiana, y el Movimiento Juvenil Salesiano en todo el mundo, tienen un gran presente y un hermoso futuro.
Recuerdo que el año pasado os escribí diciéndoos, entre otras cosas, que creíamos en vosotros. Hoy reitero esa mi plena confianza, y os digo más. No renunciéis mis queridos jóvenes a vuestros sueños e ideales, aunque en ocasiones no os resulte fácil. Seguid buscando ardientemente vuestra felicidad, pero esa felicidad profunda, auténtica, la que os hará sentir muy plenos. Una felicidad que está muy lejos de todo lo que es superficial y vacío; lejos de todo lo que es ‘usar y tirar’ cosas, y con gran dolor les digo que, en ocasiones, personas.
Me gusta recordar, pensando en vosotros, lo que en su día dijo el entonces Papa Benedicto XVI, cuando os escribió: “Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho a saborear tiene un nombre, tiene un rostro, el de Jesús de Nazaret”.
Alguno me preguntará si este mensaje es válido incluso para los jóvenes no cristianos. Sí les digo. Es válido para todos vosotros, mis queridos jóvenes del mundo.
Mirad, os cuento una vivencia de hace pocas semanas. Visité la Inspectoría Salesiana de Guwahati, en Assam, al este de la India, y me impresionó profundamente, al encontrarme en una presencia salesiana con jóvenes universitarios de varias religiones (católicos, hindúes y musulmanes), ver cómo ellos mismos proponían rezar juntos el ‘Padre Nuestro’. Y me conmoví. Y los felicité por lo que eso significaba, porque esos jóvenes capaces de llamar a Dios: ¡Padre!, al Único Dios, son quienes serán capaces de construir un mundo de Paz, de verdadera Justicia, de Fraternidad Universal.
Lo mismo expresó el Papa Francisco en su visita a Bangladesh: “Me alegra que junto a nosotros católicos, estén muchos jóvenes musulmanes y de otras religiones. Al encontrarse juntos hoy aquí muestran su determinación de promover un clima de armonía, donde se tiende la mano a los otros, a pesar de las diferencias religiosas”.
Y es por todo ello que me permito sugeriros, incluso pediros, jóvenes del ‘mundo salesiano’ y de cualquier otra realidad, que abráis vuestro corazón a Dios y que os dejéis sorprender por Él. Dejad que llegue a lo más profundo de vuestras vidas. Nunca os defraudará.
Y haced la experiencia del Encuentro con Él, y en todo lo posible orad, rezad.
¿Puede pedir esto el Rector Mayor a los jóvenes del mundo? Ciertamente. Y lo hago en nombre de Don Bosco, quien en la comunión con Dios os ama profundamente, y se lo pido con profundo convencimiento. Que no nos suceda lo que cuenta Edith Stein (filósofa del siglo XX, y hoy Santa), que hablando de sí misma en su adolescencia decía que “había perdido consciente y deliberadamente la costumbre de rezar”. Os invito, mis jóvenes queridos, a cuidar y fomentar esa experiencia vibrante que es la oración como diálogo con Dios. Y después seguid siendo generosos en vuestra vida, seguid ofreciendo vuestro tiempo y vuestras cualidades a otras muchas personas, seguid buscando el modo de crecer en vuestra vida interior y dejaos ayudar y acompañar por quienes puedan regalaros, porque antes lo han vivido, este don que es el estar abiertos a la escucha y con el corazón preparado para acoger lo que Dios, por medio de su Espíritu os susurre en lo profundo de vuestro ser.
Tened confianza en María, la Madre del Señor, Madre Auxiliadora. Ella os acompañará en todos los momentos de vuestras vidas, en las encrucijadas de caminos, y también en las dificultades. Mucho ánimo y nunca os desaniméis “porque la vida vale la pena vivirla con la frente alta” (Papa Francisco).
Con todo afecto, siempre padre, hermano y amigo en Don Bosco,