Subida ya la temperatura a sus niveles normales para el verano (y nos quejábamos de que hacía frío), bajan sin embargo los niveles de actividad (salvo que se sea profe, en cuyo caso y cada curso con más intensidad, se disparan) y se empiezan a dirigir los esfuerzos a elegir una playa donde tumbarse (al sol, naturalmente) o una montaña donde perderse (con el móvil conectado, naturalmente, por si las moscas).
Los hijos están ya en sus campamentos, algunos de los abuelos en sus residencias y, casi sin darnos cuenta, en un pispas, después del atasco de salida y el de entrada, volveremos a estar nuevamente en la rutina.
El calor del verano es, no obstante, una oportunidad preciosa de encuentro con nosotros mismos, aprovechando esa siesta en la que más dormitamos que otra cosa y en la que realmente paramos del ritmo cotidiano de lo vacacional (que también tiene lo suyo, para qué vamos a negarlo). Para quienes medimos los años casi por cursos académicos, estas siestas de fin de año vienen acompañadas de nuevos propósitos para poner en práctica en septiembre, aprovechando los exámenes…Aunque ahora, sin exámenes que realizar a la vuelta de vacaciones, nos hemos quedado un poco huérfanos y lo que no hemos podido hacer, ya no tendremos ocasión de llevarlo a la práctica.
No obstante, volveremos a subirnos al coche cada mañana, o a tomar el metro bien temprano. Algunos y algunas de vosotros, seguramente, incluso en el tórrido mes de agosto. Y la rutina bendita volverá a darnos la oportunidad de llevar a cabo los buenos propósitos de las siestas del verano.
Se puede descargar el boletín desde este enlace.