Una de las imágenes que más me emocionan tras la celebración de la Pascua es la que representa la cruz de Cristo vacía, con un paño plegado apoyado en sus brazos desnudos, como signo del sudario que envolvió el cuerpo del resucitado y que quedó a los pies del sepulcro.
Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe.
Por eso, desde el encuentro con las mujeres; acompañados por Él en nuestro camino de regreso a nuestra Emaús; sorprendidos por su presencia junto a la barca desde la que seguimos desarrollando las tareas cotidianas; incrédulos ante su aparición en los cenáculos cerrados a cal y canto por miedo a los que nos persiguen…queremos recibir de nuevo el pan fraccionado por Tus manos y el vino consagrado en Tu copa. Queremos recibir el soplo de tu Espíritu y queremos reafirmar nuestra fe en aquellas cosas que no vimos pero que sabemos que están repitiéndose cada año y en cada momento a nuestro lado. Porque, aunque el viento sople donde quiera y no sepamos de dónde viene ni a dónde va, sabemos que nuestras barcas se dirigirán a buen puerto si Tu las llenas de Tu soplo.
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