ACI Prensa.
El Papa Francisco dedicó su catequesis de la Audiencia general de este miércoles 28 de diciembre a “La Navidad con San Francisco de Sales”, en el día en el que se cumplen 400 años de la muerte de este Doctor de la Iglesia.
“Dios ha encontrado el medio de atraernos seamos como seamos: con amor. No un amor posesivo y egoísta, como desgraciadamente suele ser el amor humano. Su amor es puro don, pura gracia, es todo y solo para nosotros, para nuestro bien. Y así nos atrae, con este amor desarmado y desarmante”, dijo el Santo Padre.
A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y Feliz Navidad de nuevo!
Este tiempo litúrgico nos invita a detenernos y reflexionar sobre el misterio de la Navidad. Y puesto que hoy, hoy, se cumple el cuarto centenario de la muerte de San Francisco de Sales, Obispo y Doctor de la Iglesia, podemos inspirarnos en algunos de sus pensamientos. Él escribió mucho de la Navidad.
A este respecto, me complace anunciar que hoy se publica la Carta apostólica que conmemora este aniversario. El título es: «Todo pertenece al amor», retomando una expresión característica del Santo Obispo de Ginebra. De hecho, así lo escribió en su Tratado sobre el amor de Dios: «En la Santa Iglesia todo pertenece al amor, vive en el amor, se hace por amor y procede del amor» (Ed. Paoline, Milán 1989, p. 80). Y ojalá todos nosotros pudiéramos ir por este camino del amor tan bonito, ¿no?
Intentemos, pues, profundizar un poco más en el misterio del nacimiento de Jesús, «en compañía» de San Francisco de Sales. Así, unimos las dos conmemoraciones.
San Francisco de Sales, en una de sus muchas cartas dirigidas a Santa Juana Francisca de Chantal, escribe: «Me parece ver a Salomón en su gran trono de marfil, dorado y tallado, que no tuvo igual en ningún reino, como dice la Escritura (1 Re 10,18-20); ver, en fin, a ese rey que no tuvo igual en gloria y magnificencia (cf. 1 Re 10,23). Pero prefiero cien veces ver al Niño en el pesebre que a todos los reyes en sus tronos». Es hermoso lo que decía.
Jesús, el Rey del universo, nunca se sentó en un trono: nació en un establo, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre; y finalmente murió en una cruz y, envuelto en una sábana, fue depositado en el sepulcro.
De hecho, el evangelista Lucas, al relatar el nacimiento de Jesús, insiste mucho en el detalle del pesebre. Esto significa que es muy importante no solo como detalle logístico, sino como elemento simbólico para entender qué clase de Mesías es el que nació en Belén, qué clase de rey. Quién es Jesús. Mirando el pesebre, mirando la cruz, mirando su vida de sencillez podemos entender quién es Jesús.
Jesús es el Hijo de Dios que nos salva haciéndose hombre, despojándose de su gloria y humillándose (cf. Flp 2,7-8). Vemos este misterio concretamente en el punto central del pesebre, es decir, en el Niño acostado en un pesebre. Esta es «la señal» que Dios nos da en Navidad: lo fue entonces para los pastores de Belén (cf. Lc 2,12), lo es hoy y lo será siempre. Cuando los ángeles anuncian a Jesús, vayan a encontrarlo, y el signo es: encontrarán un niño sobre un pesebre. Esa es la señal: el trono de Jesús es el pesebre o el camino durante su vida predicando o la cruz al final de la vida. Este es el trono de nuestro rey.
Este signo nos muestra el «estilo» de Dios. Y ¿cuál es el estilo de Dios? No lo olviden ¿eh? No lo olviden nunca, el estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura. Nuestro Dios es cercano, compasivo y tierno. En Jesús se ve este estilo de Dios.
Con este estilo suyo, Dios nos atrae hacia sí. No nos toma por la fuerza, no nos impone su verdad y su justicia. No hace proselitismo con nosotros. No. Quiere atraernos con el amor, con la ternura, con la compasión.
En otra carta, San Francisco de Sales escribe: «El imán atrae al hierro y el ámbar a la paja y al heno. Pues bien, tanto si somos de hierro por nuestra dureza, como si somos de paja por nuestra debilidad, debemos dejarnos atraer por este ‘pequeño Niñito celestial’».
Nuestras fuerzas, nuestras debilidades, solamente se resuelven ante el pesebre, delante de Jesús, o ante la cruz, Jesús despojado, Jesús pobre, pero siempre con su estilo de cercanía, compasión y ternura.
Dios ha encontrado el medio de atraernos seamos como seamos: con amor. No un amor posesivo y egoísta, como desgraciadamente suele ser el amor humano. Su amor es puro don, pura gracia, es todo y solo para nosotros, para nuestro bien. Y así nos atrae, con este amor desarmado y “desarmante”.
Porque cuando vemos esta sencillez de Jesús, también nosotros tiramos las armas de la soberbia, y vamos allí humildes a pedir salvación, perdón, a pedir luz para nuestra vida, para poder ir hacia adelante. No se olviden del trono de Jesús: el pesebre y la cruz, este es el trono de Jesús.
Otro aspecto que destaca en el belén es la pobreza -de verdad que hay pobreza allí, ¿eh?-, la pobreza entendida como renuncia a toda vanidad mundana. Cuando nosotros vemos el dinero que se gasta por la ‘vanidad’, mucho dinero por la ‘vanidad mundana’, tanto esfuerzo, tantas investigaciones por la vanidad y Jesús se hace ver con la humildad.
San Francisco de Sales escribe de nuevo: “¡Dios mío, cuántos santos afectos suscita en nuestros corazones este nacimiento! Pero, sobre todo, nos enseña la renuncia perfecta a todos los bienes, a toda la ‘pompa’ de este mundo. No lo sé, pero no encuentro ningún otro misterio en el que se mezclen tan dulcemente la ternura y la austeridad, el amor y el rigor, la dulzura y la dureza”. Todo esto lo vemos en el pesebre.
Sí, tengamos cuidado de no caer en la caricatura mundana de la Navidad. Y esto es un problema, porque la Navidad es esto. Pero, hoy vemos que hay otra “navidad” entre comillas, que es la caricatura mundana de la Navidad, que reduce la Navidad a una fiesta consumista y cursi. Es necesario hacer fiesta ¿eh? Pero que esto no sea la Navidad, la Navidad es otra cosa.
El amor de Dios no es meloso, nos lo demuestra el pesebre de Jesús. No es una bondad hipócrita que esconde la búsqueda de placeres y comodidades. Nuestros ancianos, que habían conocido la guerra y también el hambre, lo sabían bien: la Navidad es alegría y fiesta, ciertamente, pero en la sencillez y en la austeridad.
Y concluimos con un pensamiento de San Francisco de Sales que también he recogido en la Carta apostólica. Se lo dictó a las Hermanas de la Visitación -¡imagínense!- dos días antes de su muerte, el 26 de diciembre de 1622. Decía: “¿Ven al Niño Jesús en el pesebre? Acepta todas las inclemencias del tiempo, el frío y todo lo que su Padre permite le suceda. No está escrito que haya extendido alguna vez sus manos a los pechos de su Madre, se abandonaba totalmente a su cuidado y previsión, sin rehusar los pequeños alivios que Ella le daba. Del mismo modo nosotros no debemos desear ni rehusar nada, sino aceptar igualmente todo lo que la Providencia de Dios permita que nos suceda, el frío y las inclemencias del tiempo”.
Y aquí, queridos hermanos y hermanas, hay una gran enseñanza, que nos viene del Niño Jesús a través de la sabiduría de San Francisco de Sales: no desear nada y no rechazar nada, aceptar todo lo que Dios nos envía. Pero, ¡cuidado! Siempre y solo por amor, porque Dios nos ama y quiere siempre y solo nuestro bien.
Miremos el pesebre que es el trono de Jesús, miremos a Jesús en las calles de Judea, de Galilea, predicando el mensaje del Padre, y miremos Jesús en el otro trono de la Cruz. Esto es lo que nos ofrece Jesús, el camino, el camino de la felicidad.
A todos ustedes y a sus familias, ¡Feliz tiempo de Navidad y buen inicio del nuevo año!
Si quieres consultar la Carta Apostólica pincha en este enlace