María José Barroso
Coordinador provincial de San Antonio

Nos encontramos en el mes de mayo, el mes de las madres, el mes de la Madre de todas las madres: María. En ella podemos observar con claridad la belleza de Dios. ¡Ésta es la «belleza» que nos salva! Don Bosco la tuvo siempre enfrente de sus ojos, y la llamaba, con afecto, Auxiliadora. La Devoción Mariana es un rasgo de la espiritualidad salesiana.

«María siempre ha sido mi guía», exclamó Don Bosco con frecuencia (cf. MB V, 155; XVIII, 439). Y tal convicción era una de las características de la devoción mariana en el Oratorio. Sus sueños llevan un mensaje de consuelo que intensifica la confianza y la certeza de la presencia de María, que a todos protege como Madre cariñosa.

En la espiritualidad cristiana y salesiana, María es la que apunta a Jesucristo. Ella no es el centro de nuestra atención. A través de ella, nosotros nos dirigimos a Jesús: «Haced lo que él os diga». Este es, sin duda, el mejor homenaje que podemos rendir a María, para hacer la voluntad de su Hijo. Así vivió Don Bosco, que hizo la voluntad de Dios. El Santo vio en María Auxiliadora de los cristianos a su madre.

El camino de la santidad para llegar a Jesús, pasa, sin duda, por María. Confiando en el Señor, ella vivía a la luz de la Palabra, peregrinando a través de su fe en medio de pruebas. En Jesús, que iba creciendo a su lado como cualquier niño, la Virgen veía todos los límites de la condición humana, menos los del pecado. ¡Era la educadora del Hijo de Dios en la tierra!

Por ella, acogemos a Jesús que quiere hacer morada en nuestro corazón. Al despojarnos de nosotros mismos y dar espacio a su voluntad, nos acercamos al ideal de santidad al que todos estamos llamados. Dios nos da todas las posibilidades que necesitamos para alcanzar la santidad y la más bella es sin duda María Santísima.

María es verdaderamente nuestra madre, pues nos fue entregada por Cristo, cuando la confió a Juan en el Calvario (cf. Jn 19, 26-27). Jesús, no solo la entregó a nosotros, sino que nos entregó también a ella (cf. Jn 19,26), creando con ese acto una recíproca relación de amor, a la que, como hijos deberíamos corresponder. El que tiene verdaderamente a Dios como Padre y María como Madre, despierta inmediatamente a la misericordia infinita de Dios, y permanece firme en el camino, aun con todas las dificultades.

Quien hace la experiencia de Dios y de su amor, vive una verdadera historia de amor, porque Dios nunca nos abandona. Nuestro rostro debe reflejar la alegría de quien ha encontrado a Jesús y vive su misericordia. María nos acompaña con su bendición materna. Sigamos su ejemplo para alcanzar la santidad en hacer, como Ella, la Voluntad de Jesús.

Ella es la gran custodia de la esperanza
(Exhortación Apostólica Christus vivit, 45, Papa Francisco)