Isabel Pérez Sanz

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua de Resurrección!

Y nos felicitamos porque Cristo resucitado sigue infundiendo en nosotros y en la Asociación de SSCC su energía vital e impulsa nuestra vida hacia la plenitud que deseamos.

En la Cuaresma, no nos hemos ahorrado en nuestro crecimiento interior, reflexionando sobre nuestra vida a la luz de la relación y el seguimiento de Jesucristo. La preparación que hemos realizado nos ha facilitado descubrirle, con unas palabras clave, que destaco, y otras muchas que cada uno hemos elegido:

  • Volver a Dios (conversión), que siempre ama a su pueblo entrañablemente y nunca pierde su esperanza en nosotros. Él no se cansa de perdonarnos.
  • Mirar con la mirada de Jesús, acogerla en nuestra vida para otear el futuro y mirar intensamente a las personas hasta el fondo, aceptándolas en su situación vital.
  • Amar desde los sentimientos de Jesús, sin que nos resbale el sufrimiento de los cercanos y de los que están “más allá”. Acogerlos sin reservas, dejando de ser espectadores e implicándonos en acciones transformadoras.

Al celebrar la “cincuentena Pascual” intuimos y así lo creemos que el Resucitado está en medio de nuestra realidad, sosteniendo lo bueno, lo bello y todo lo que hace referencia a la vida. Pero también está en nuestros fracasos y en nuestras impotencias, acompañando en silencio la situación de violencia y de guerra que tanto dolor y tristeza causan.

Dejemos que penetren en nuestro corazón las palabras de Jesús: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 23) Y las que les dijo a los apóstoles en sus encuentros, “Paz a vosotros”. Él es nuestra luz y nuestra salvación. Él es un amigo que nunca falla. Con Él a nuestro lado sobrellevamos todas las dificultades.
Tenemos, en este tiempo Pascual una ocasión privilegiada para poner en valor el artículo 9.3 del PVA/E: “educarnos con los jóvenes a encontrar en la fe y en los Sacramentos, a Cristo resucitado, para descubrir en Él el sentido de la vida para crecer como hombres y mujeres nuevos”.

Dejémonos interpelar por su palabra viva, descubriendo sus palabras porque “son espíritu y vida” para el que sabe alimentarse de ellas. Ningún tipo de guerra ni de violencia, ni de injusticia ni de muerte tiene la última palabra. Sólo el Resucitado es el Señor de la vida y de la muerte. Detrás de cada adversidad puede haber una nueva oportunidad.

Él toma parte en nuestros encuentros y “cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, allí se hace presente” poniendo esperanza y alegría en nuestras vidas. Si algo vamos experimentando, es que este encuentro cada vez se hace más evidente, en nuestra historia personal de creyentes. Él está con nosotros y en nosotros para siempre.