Papa Francisco
Cuando Pablo fue invitado a hablar en la sinagoga de Antioquía [de Pisidia] para explicar esta nueva doctrina, es decir, para explicar Jesús, para proclamar Jesús, Pablo empieza a hablar de la historia de la salvación (cf. Hch 13,13-21). Se levantó Pablo y comenzó: «El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros antepasados, engrandeció al pueblo durante su permanencia en el país de Egipto» (v.17)… y [narró] toda la salvación, la historia de la salvación. Lo mismo hizo Esteban, antes del martirio (cf. Hch 7,1-54) y también Pablo en otra ocasión. Lo mismo hace el autor de la Carta a los Hebreos cuando narra la historia de Abraham y de “todos nuestros padres” (cf. Heb 11, 1-39). Lo mismo hemos cantado hoy: «Cantaré por siempre el amor del Señor, anunciaré tu lealtad de edad en edad» (Sal 88,2). Hemos cantado la historia de David: «He encontrado en David un servidor» (v. 21). Lo mismo hacen Mateo (cf. Mt 1,1-14) y Lucas (cf. Lc 3,23-38): cuando empiezan a hablar de Jesús, toman la genealogía de Jesús.
¿Qué hay detrás de Jesús? Hay una historia. Una historia de gracia, de elección, de promesa. El Señor eligió a Abraham y caminó con su pueblo. Al inicio de la Misa, en el canto de entrada, hemos dicho: “Cuando avanzabas, Señor, delante de tu pueblo y abrías el camino, y caminabas al lado de tu pueblo, cerca de tu pueblo”.
Hay una historia de Dios con su pueblo. Por esta razón, cuando se le pide a Pablo que explique el porqué de la fe en Jesucristo, no comienza con Jesucristo: comienza por la historia. El cristianismo es una doctrina, sí, pero no solo. No es solamente las cosas en las que creemos, es una historia que trae esta doctrina que es la promesa de Dios, la alianza de Dios, ser elegidos por Dios.
El cristianismo no es solo una ética. Sí, es verdad, tiene principios morales, pero no somos cristianos solo con una visión ética. Es mucho más. El cristianismo no es una élite de personas elegidas por la verdad. Ese sentido elitista que continúa en la Iglesia. Por ejemplo, yo soy de esa institución, yo pertenezco a este movimiento que es mejor que el tuyo… a este, al otro. Es un sentimiento elitista. No, el cristianismo no es esto: el cristianismo es pertenencia a un pueblo, a un pueblo elegido por Dios gratuitamente.
Si no tenemos esta conciencia de pertenecer a un pueblo, seremos cristianos ideológicos, con una pequeña doctrina de afirmación de la verdad, con una ética, con una moral —vale— o con una élite. Nos sentimos parte de un grupo elegido por Dios —los cristianos— los otros irán al infierno o si se salvan es por la misericordia de Dios, pero son los descartados. Y así sucesivamente. Si no tenemos conciencia de pertenecer a un pueblo, no somos verdaderos cristianos.
Es por esto por lo que Pablo explica Jesús desde el inicio, desde la pertenencia a un pueblo. Y muchas veces, muchas, caemos en estas parcialidades, ya sean dogmáticas, morales o elitistas. El sentimiento de élite es lo que nos hace tanto mal y perdemos ese sentimiento de pertenencia al santo pueblo fiel de Dios, al que Dios eligió en Abraham y al que prometió, la gran promesa, Jesús, y lo hizo caminar con esperanza y estableció una alianza con él. Conciencia de pueblo.
Me llama siempre la atención ese pasaje del Deuteronomio, creo que es el capítulo 26, cuando dice: «Una vez al año, cuando vayas a presentar las ofrendas al Señor, las primicias, y cuando tu hijo te pregunte: Pero papá, ¿por qué haces esto?, no debes decirle: Porque Dios lo ha ordenado, no: Éramos un pueblo, éramos así y el Señor nos liberó…» (Dt 26,1-11). Cuenta la historia, como lo hizo Pablo. Transmitiendo la historia de nuestra salvación.
El mismo Señor en Deuteronomio aconseja: “Cuando entres en la tierra que tú no has conquistado, que he conquistado yo, y comas los frutos que tú no has plantado y habites en las casas que no has construido, en el momento de dar la oferta” (Dt 26,1), afirma —el famoso credo deuteronómico—: «Mi padre era un arameo errante, bajó a Egipto» (Dt 26,5)… Residió allí durante 400 años, luego el Señor lo liberó, lo sacó adelante…”. Canta la historia, la memoria de pueblo, de ser pueblo.
Y en esta historia del pueblo de Dios, hasta Jesucristo, hay santos, pecadores y muchas personas comunes, buenas, con virtudes y pecados, todos. La famosa “multitud” que seguía a Jesús, que tenía el olfato de pertenencia a un pueblo. Un supuesto cristiano que no tiene este olfato no es un verdadero cristiano; es un poco especial y un poco se siente justificado sin el pueblo. Pertenecer a un pueblo, tener memoria del pueblo de Dios. Y esto lo enseñan Pablo, Esteban, otra vez Pablo, los apóstoles… Y el consejo del autor de la Carta a los Hebreos: “Acuérdate de tus antepasados” (Heb 11,2), es decir, de aquellos que nos precedieron en este camino de salvación.
Si alguien me preguntara: “¿Cuál es según usted la desviación de los cristianos hoy y siempre? ¿Cuál sería según usted la desviación más peligrosa para los cristianos?”, diría sin dudar: la falta de memoria de pertenencia a un pueblo. Cuando esto falta, surgen dogmatismos, moralismos, eticismos, movimientos elitistas. Falta el pueblo. Un pueblo pecador siempre, todos lo somos, pero que no se equivoca en general, que tiene el olfato de ser un pueblo elegido, que camina detrás de una promesa y que ha hecho una alianza que quizás no cumple, pero sabe.
No hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo
(Homilía del Santo Padre, 27 de marzo de 2020)
Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo
(Homilia del Santo Padre, 27 de marzo de 2020)