Juan Luis Bengoa García
Nunca he sido muy de estampitas ni de imágenes religiosas, así que cuando entré en casa de Pilar y vi aquel altarcito, con tropecientas velas y no sé cuántas imágenes y estampas de vírgenes y diversos santos, me dio una especie de retortijón en el corazón que me asustó. No dije nada, pero pensé que le sobraban todas las velas y todas las imágenes si, como ocurre en la realidad, la relación con ella es insoportable y no hay quien la aguante… Yo, por considerarla alguien que está más sola que la una, así que ahí me tienes, delante del altarcito rezando y un Padre nuestro.
Sin embargo, Pilar es, para mí, una de esas personas que, por ser como es, a mí me ayuda a ser como soy y, junto con todos los que forman parte de mi vida (familia, amigos, conocidos y desconocidos), me influye en mi crecimiento y maduración personal y espiritual. Si yo construyera un altarcito con todos “mis” santos, no tendría sitio en casa para meter la cama.
Evidentemente, cuando hablo de “mis” santos, estoy incluyendo a todas esas personas que, queriendo o sin querer, han hecho que yo viva queriendo alcanzar la felicidad siguiendo las enseñanzas de Jesús, según la Palabra, haciendo vida el mensaje evangélico. Entre ellos los hay gente de a pie, beatos, venerables y santos salesianos y de la Iglesia. De entre los primeros, destaco a los salesianos y salesianas cooperadores con quienes he compartido vida, con experiencias como la peregrinación a Tierra Santa o el viaje a Turín, Ejercicios Espirituales y convivencias, reuniones… Los hay laicos, los hay sdb y las hay hma… Todos y todas han contribuido en mi convencimiento de vivir con el espíritu de las Bienaventuranzas como lo vivió don Bosco, con esa dedicación especial a los jóvenes y más necesitados, contribuyendo a crear una sociedad mejor y más justa (no quiero destacar ningún nombre para no dejarme a nadie, ya que el espacio es limitado).
Además de Don Bosco, de quien he aprendido que la santidad es estar abierto a los planes de Dios, en la FASA he encontrado otros referentes como el propio San Francisco de Sales, que ve en Dios la fuente de la amistad y nos recuerda que las personas llevamos inscrito en lo más profundo de nuestro ser la nostalgia de Dios y sólo en Él podemos encontrar la verdadera alegría y su plenitud; Domingo Savio, de quien he sacado las ganas de mantener mi espíritu joven, ya que “es posible ser santo sin dejar de ser joven”; de María Mazzarello he acogido la necesidad de estar atento al llamado de Dios para responder a lo que me pide en el día a día; de José Cafasso, he descubierto que es necesario hacer en las pequeñas cosas de lo cotidiano “lo que pueda servir para gloria de Dios y el bien de las almas”… Así podría seguir, diciendo alguna pequeña cosilla de Luis Versiglia, Artémides Zatti, de Laura Vicuña, de Eusebia Palomino… y, como he dicho, un sinfín de nombres, en cuyo centro está el ejemplo de valentía y fe de María, que nos auxilia siempre que nos ponemos en sus manos.
No me hacen falta estampas ni imágenes, me hace falta vivir siguiendo el ejemplo de fe, de coherencia y constancia que tantos y tantas me han dado y me dan.
El amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la sangre sin esperar a que le llamen
(Francisco de Quevedo y Villegas)