Mónica Domingo García
Tuve el privilegio de participar en el Aquí estoy, Santiago! Vivimos un encuentro con el obispo auxiliar Monseñor Francisco José Prieto.
Cuál fue mi sorpresa cuando, entre las palabras que nos dirigió, aparece un octavo mandamiento: la presencialidad. Fue una manera muy simbólica de explicar que no es suficiente con una palabra dicha o escuchada en la distancia; sino que es necesario hacerse presente, vivir un encuentro en el que estemos de verdad, estemos con todo nuestro ser persona.
Aquellos que me conocen saben que, últimamente, estoy un poco pesada con el tema de la presencia.
Es cierto que la pandemia nos abrió a un mundo digital que permitió que muchas personas no se sintieran solas, que mantuvieran el contacto… ya que no había posibilidades de un encuentro físico.
Ahora bien, una vez pasada esta época… quizás tendríamos que volver a valorar la presencia: no es lo mismo conectar que encontrarse; no es lo mismo hablar a través de una pantalla, que convivir.
Vivimos en una época en la que la tecnología facilita la comunicación y solo mediante un clic. Es verdad que tomamos decisiones, nos reunimos, cerramos acuerdos… y sin movernos de una silla. También es verdad que, en algunos casos, este clic supone un gran ahorro económico.
Pero para mí todo esto no es suficiente: una pantalla no es una relación. Cuando nos encontramos físicamente no sólo hablamos. Cuando nos encontramos físicamente compartimos miradas, gestos, espontaneidad, abrimos diálogos. Cuando nos encontramos físicamente nos expresamos con la totalidad de nuestro ser.
Encontrarnos implica crear conocimiento entre nosotros; implica crear vínculos más profundos, más sinceros. Implica entendernos mucho más y, en consecuencia, trabajar mucho mejor.
Cuando nos encontramos presencialmente, existe una parte de informalidad que nos permite comentar aspectos que, a través de la pantalla, no tenemos oportunidad de hacer.
La presencia permite tomarnos un café, una copa, una comida; permite relaciones que la pantalla no favorece.
La presencia permite fortalecer las relaciones personales, la confianza, el amor. Hay una frase que uso a menudo: solo se quiere aquello que se conoce (y la pantalla no nos permite conocer mucho).
Alguien puede pensar que quiero “cargarme” las reuniones telemáticas. Pero tampoco es eso. Sé que es una buena herramienta de trabajo, que es útil y que, en según qué situaciones es del todo imprescindible.
Pero creo que es necesario encontrar un equilibrio. Creo que no hay que dejarnos influenciar por la incomodidad ante un desplazamiento, o ante un gasto económico.
Es cierto que la presencialidad pide más esfuerzo, más sacrificio, más gastos económicos, más tiempo, algún desplazamiento… Pero todo esto merece la pena.
Recuperar presencialidad es, para mí, apostar por la autenticidad, por la vida compartida, por el equipo, por hacer comunidad. Es reivindicar que una persona es más que una voz y una cara enmarcada en una pantalla.
Siempre que podamos, encontrémonos. Será en este momento cuando entremos en la realidad del otro, cuando nacerá la confianza, cuando la convivencia será más real. Cuando, en definitiva, nos queramos mucho más. No hay ninguna conexión telemática que me permita la convivencia. Es con la presencia cuando aprendemos (aprendo) a querer.
Recuperemos el valor de la presencialidad. ¡A por ello! ¡Feliz verano!
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Es cosa sana para los ojos lavarse las manos con frecuencia
(Máxima salernitana)