Boletín 331, febrero de 1992

Compartimos la editorial que se publicó en la página 9 de nuestro boletín número 331 de Febrero de 1992 bajo el título «Pasar a la vida nueva» firmado por M.A.C.

Antiguamente, la Cuaresma era el período durante el cual, a través de la penitencia y la prueba, los catecúmenos se preparaban a recibir el Bautismo en la noche de Pascua.

Entrando en el tiempo cuaresmal, la Liturgia nos invita a renovar y reavivar, en nuestro corazón, las disposiciones con las que, durante la Vigilia Pascual, pronunciaremos de nuevo las promesas de nuestro Bautismo.

Unidos a Jesús, que se encamina hacia el desierto para ser tentado, entramos con la Iglesia en la gran “prueba” de la Cuaresma, con la intención de elegir la voluntad del Padre, en toda circunstancia.

Contemplando el rostro de Jesús transfigurado, en él encontramos la fuerza para pasar a través de los sufrimientos y las dificultades de la vida, hasta que podamos verle en la gloria del Padre, cumplimiento definitivo de la Alianza y de las promesas.

Nacidos a la vida de hijos de Dios, en virtud del agua viva del Bautismo y de la gracia de Cristo, procuramos purificar, cada vez más, el culto filial en espíritu de verdad, y lo ofrecemos al Padre, unido al culto espiritual y perfecto de Cristo.

Iluminados por la fe recibida en el Bautismo, nos esforzamos por vivir como hijos de la luz y por vencer las tinieblas del mal, en nosotros y en el mundo, realizando la verdad en Cristo Jesús-luz del mundo.

Resucitados con Jesús de la muerte del pecado, por obra del Espíritu vivificante infundido en nosotros en el Bautismo, alimentamos y perfeccionamos con los sacramentos nuestra unión con Jesús-vida; y con Él vamos hacia el Padre, animados por el impulso del Espíritu.

Toda nuestra vida se convierte en un sacrificio espiritual, que presentamos continuamente al Padre, en unión al sacrificio de Jesús, doliente y pobre, a fin de que, con Él y en Él, el Padre sea alabado y glorificado en todo.

Celebrar la Eucaristía, en el tiempo de Cuaresma, significa:

  • recorrer, con Cristo, el itinerario de la prueba que pertenece a la Iglesia y a cada hombre;
  • asumir con mayor decisión la obediencia filial al Padre y el don de sí mismo a los hermanos, constituyen el sacrificio espiritual.

De este modo, al renovar los compromisos de nuestro Bautismo en la noche de Pascua, podremos “hacer el paso” a la vida nueva de Jesús-Señor resucitado.

 

Atrévete a desprecia riquezas para ser digno de Dios
(Séneca)