Asociación de Salesianos Cooperadores
Las personas que formamos la Asociación de Salesianos Cooperadores en la Región ibérica nos hacemos eco del clamor de cientos de miles de personas que cada día se ven en la necesidad vital de abandonar sus hogares, las tierras donde habitan y a sus gentes huyendo de la guerra, de la persecución, de la miseria o de los efectos climáticos. En especial alzamos la voz en favor de todos los niños, adolescentes y jóvenes que están perdiendo su infancia y su juventud atrapados en un abismo, entre la injusticia de un mundo que les expulsa y los muros de otro que no les acoge para no renunciar a su bienestar.
Manifestamos que todas las personas tienen la misma dignidad con independencia de su origen, el color de su piel, su cultura o sus creencias.
Denunciamos los graves desequilibrios entre los pueblos del mundo que algunas estructuras y mecanismos originan por el interés económico de unos pocos.
Creemos que migrar es un derecho humano, pero no tener que migrar también lo es. La persona migrante ha de ser tratada con justicia y fraternidad. Eso exige el reconocimiento de sus derechos humanos, civiles y económicos, así como sus diferencias culturales, de la misma forma que se les exige su adaptación, respeto por el lugar que les acoge y su aportación constructiva a la sociedad.
Vemos que, con frecuencia, la precaria situación de muchas personas migrantes, lejos de despertar nuestra solidaridad, causa temor y recelos provocando situaciones de intolerancia, xenofobia y racismo.
Ningún cristiano puede consentir, y aún menos alimentar, manifestaciones de racismo, xenofobia, discriminación y opresión de ninguna persona, especialmente de los más pobres y vulnerables, porque todos estamos llamados a formar la familia de Cristo. Para los cristianos, ni peregrinos, ni forasteros, ni desterrados, nadie es extranjero.
Como salesianos cooperadores, cristianos atentos en especial al desarrollo personal de niños, adolescentes y jóvenes, no podemos permanecer como espectadores de este injusto escenario: niños y niñas que se desplazan de forma inhumana por tierra o por mar, adolescentes que no conocen otra vida más allá del hacinamiento en campos de refugiados desde que nacieron, jóvenes migrantes abocados a la supervivencia sin ilusión por vivir, sin ver un atisbo de futuro en nuestras ciudades. ¡Cuántos de ellos están solos, abandonados por los acontecimientos, huérfanos de familia y de humanidad! Nadie quiere abandonar su hogar y ellos menos que nadie. Todos queremos ser felices y estar alegres y ellos más que nadie.
Desde aquí alzamos la voz firme y clara para denunciar su injusta realidad.
Exigimos a los gobiernos coherencia entre los valores que promulgan las constituciones de nuestros países y las actuaciones de carácter internacional y local, comerciales y económicas en relación con los derechos humanos de los migrantes que llegan a nuestra sociedad.
Pedimos a cada ciudadano que sea capaz de salir de su zona de confort, por justicia y humanidad mejorando así la acogida, la comprensión y la hospitalidad hacia las personas inmigrantes y de forma especial hacia los niños, adolescentes y jóvenes, algunos sin familia y extremadamente vulnerables.
No queremos acabar este manifiesto sin poner en valor el esfuerzo de particulares, entidades y administraciones que trabajan de forma incansable en la acogida, asistencia, inserción y promoción de las personas migrantes y refugiadas. Todos ellos, además de ser un estímulo, contribuyen a la construcción de un mundo más justo.
Como descendientes de un pueblo que peregrinó por el desierto pedimos al Señor, que camina con nosotros, que proteja a todos estos hermanos y nos abra los corazones para acogerlos.
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Los creyentes líquidos serían aquellos cuya fe, de alguna manera, se reduce a un «depende»
(José María Rodríguez Olaizola)