Francisco,19 de octubre de 2023
Nunca sabremos agradecer lo suficiente a san Lucas por habernos transmitido esta parábola del Señor (cf. Lc 10,25-37). Esta parábola también está en el centro de la Encíclica Fratelli tutti, porque es una clave, yo diría la clave para pasar de la cerrazón de un mundo cerrado a un mundo abierto, de un mundo en guerra a la paz de otro un mundo. en paz. Esta tarde la hemos escuchado pensando en los migrantes, a quienes vemos representados en esta gran escultura: hombres y mujeres de todas las edades y procedencias; y en medio de ellos los ángeles que los conducen.
El camino que conducía de Jerusalén a Jericó no era una vía segura, como tampoco lo son hoy las numerosas rutas migratorias que atraviesan desiertos, bosques, ríos, y mares. ¿Cuántos hermanos y hermanas se encuentran hoy en la misma condición del caminante de la parábola? ¡Muchos! ¿Cuántos son asaltados, despojados y golpeados a lo largo del camino? Parten engañados por traficantes sin escrúpulos. Luego son vendidos como mercancías. Son secuestrados, encarcelados, explotados y convertidos en esclavos. Son humillados, torturados, y violentados. Y muchos, muchos mueren sin llegar nunca a su destino. Las rutas migratorias de nuestro tiempo están pobladas por hombres y mujeres heridos y abandonados medio muertos; por hermanos y hermanas cuyo dolor clama ante la presencia de Dios. A menudo son personas que escapan de la guerra y del terrorismo, como vemos lamentablemente en estos días.
También hoy, como entonces, están los que ven y pasan de largo, seguramente buscándose una buena excusa, en realidad por egoísmo, indiferencia, miedo. Esta es la verdad. En cambio, ¿qué nos dice el Evangelio sobre aquel samaritano? Dice que vio a aquel hombre herido y se conmovió (v. 33). Esta es la clave. Y La compasión es la huella de Dios en nuestro corazón. El estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura; este es el estilo de Dios. Y la compasión es la impronta de Dios en nuestro corazón.
Esta es la clave. Este es el punto de inflexión. De hecho, desde ese momento la vida de aquel herido comenzó a recuperarse, gracias a aquel extraño que se comportó como un hermano. Y de este modo, el fruto no es sólo una buena acción de asistencia, sino el fruto es la fraternidad.
Como el buen samaritano, estamos llamados a hacernos prójimos de todos los viandantes de hoy, para salvar sus vidas, curar sus heridas, aliviar su dolor. Lamentablemente, para muchos es demasiado tarde y no nos queda más remedio que llorar sobre sus tumbas, si las tienen, o el Mediterráneo acabó siendo su tumba. Pero el Señor conoce el rostro de cada uno, y no lo olvida.
El buen samaritano no se limitó a socorrer al pobre viajero en el camino. Lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Aquí podemos encontrar el sentido de los cuatro verbos que resumen nuestra acción con los migrantes: acoger, proteger, promover e integrar. Los migrantes han de ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados.
Se trata de una responsabilidad a largo plazo; en efecto, el buen samaritano se comprometió tanto al ir como al regresar. Por eso es importante prepararnos adecuadamente para los desafíos de las migraciones actuales, comprendiendo sus criticidades, pero también las oportunidades que estas ofrecen, con vistas al crecimiento de sociedades más inclusivas, más hermosas, más pacíficas.
Me permito subrayar la urgencia de otra acción, que no está contemplada por la parábola. Todos debemos comprometernos a hacer más seguro el camino, para que los viajeros de hoy no sean víctimas de los bandidos. Es necesario multiplicar los esfuerzos para combatir las redes criminales, que especulan con los sueños de los migrantes. Pero también es necesario indicar rutas más seguras. Por eso, es necesario comprometerse para ampliar los canales migratorios regulares.
En el actual escenario mundial es evidente que es necesario hacer dialogar las políticas demográficas y económicas con las migratorias, en beneficio de todas las personas implicadas, sin olvidarse nunca de poner en el centro a los más vulnerables. También es necesario promover una orientación común y corresponsable para el control de los flujos migratorios, que parecen destinados a aumentar en los próximos años.
Acoger, proteger, promover e integrar; este es el trabajo que nosotros debemos hacer.
Pidamos al Señor la gracia de hacernos cercanos a todos los migrantes y los refugiados que llaman a nuestra puerta, porque hoy «todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido» (Fratelli tutti, 70).
Y ahora haremos un breve momento de silencio, recordando a todos aquellos que no han sobrevivido, que han perdido la vida en las diversas rutas migratorias, y a aquellos que han sido utilizados, esclavizados.
Un defecto de nuestra vida cristiana es que queremos ganar el partido
quedándonos en el vestuario. ¡Hay que saltar a la cancha!
(Cardenal Cristóbal López, sdb)
Deseamos que la libertad religiosa pueda ser una realidad en todo el mundo
(Cristina Inogés)