Ángel Fernández Artime
La alegría es una realidad central en la vida del cristiano mis queridos jóvenes. A todos y cada uno de ustedes llegue mi saludo afectuoso en los cinco continentes, a los jóvenes del ‘mundo salesiano’ y a cualquier joven que por medio de ustedes pueda recibir este mensaje.
Un artículo de las Constituciones de los salesianos de Don Bosco que responde al título de ‘Optimismo y alegría’ (C.17) dice que el salesiano está siempre alegre, porque anuncia la Buena Noticia. Difunde esa alegría y sabe educar en el gozo de la vida cristiana y en el sentido de la fiesta. Estoy seguro de que esto es norma de vida para nosotros salesianos y para todos los miembros de nuestra familia salesiana. Es algo hermoso de nuestra identidad carismática, y cuánto deseo que sea así en su vida, amados jóvenes.
De esta alegría profunda que nace de Dios y de estar enraizados en Él es de lo que les quiero hablar, ya que nuestra vocación cristiana tiene también como misión llevar alegría al mundo, esa alegría profunda y auténtica, que dura en el tiempo porque viene de Dios. Estoy convencido de que ustedes y otros muchos jóvenes como ustedes están deseando (y a veces necesitando), sentir que el mensaje cristiano es un mensaje de alegría y esperanza.
Mis jóvenes queridos, nuestro corazón está hecho para la alegría y para vivir con esperanza. Es algo con lo que nacemos, íntimamente grabado en lo profundo del corazón de cada persona; una alegría auténtica, no pasajera, profunda y plena que dé ‘sabor’ a la existencia. Ustedes jóvenes, que “son el ahora de Dios” como les ha dicho el Papa Francisco, están viviendo una etapa en sus vidas que se distingue por el descubrimiento de la vida, de sí mismos y de las relaciones con los demás. Miran al futuro y tienen sueños. Es fuerte el deseo de felicidad, de amistad, de Amor. Les gusta compartir, tener ideales y diseñar proyectos. Todo esto forma parte de la juventud. No estoy diciendo que todos los jóvenes lo estén viviendo de este modo. Existen, tristemente, jóvenes que están muy lejos de soñar una juventud así, pero no deben renunciar a ello. Por otra parte, la vida viene acompañada tantísimas veces por los dones que nuestro Padre Dios nos brinda en ella: la alegría de vivir, de tener salud, de gozar de la belleza de la naturaleza. La alegría de la amistad y del amor auténtico, del trabajo bien hecho que produce cansancio, pero satisfacción. La alegría del clima familiar hermoso (aunque no todos ustedes tengan esta realidad en sus vidas); la alegría del sentirse comprendidos y de servir a otros.
Es bello reconocerse en esto queridos jóvenes, y descubrir esto no es fruto de la casualidad sino algo querido por Dios para cada uno de nosotros, para cada uno de ustedes, ya que Dios es la fuente de la verdadera alegría, y ésta tiene su origen en Él. Es bello descubrir en la vida que somos aceptados, acogidos y amados por Dios. Es hermoso que ustedes puedan sentir en lo más profundo de sus corazones que son amados personalmente por Dios. Es conmovedor para un joven poder decirse a sí mismo esta gran verdad: Dios me Ama, y me ama incondicionalmente, de una manera única y personal. Y la gran prueba de ese Amor es el encuentro con su Hijo Jesucristo. En él se encuentra la alegría que buscamos. El encuentro auténtico y verdadero con Jesús produce siempre en uno mismo una gran alegría interior.
Y cuando escribo esto último pienso en ustedes jóvenes queridos de otras religiones que no pueden percibir en su experiencia personal de qué estoy hablando al referirme a Jesús, aunque entiendan mis palabras, pero que sí pueden hacer experiencia personal e íntima, sea cual sea su religión, de que Dios los ama, y los ama profundamente, porque pertenece a la esencia de Dios amar inmensamente todo lo que ha creado, y entre todo ello a ti, a mí, a cada uno de nosotros, cada uno de ustedes mis queridos jóvenes.
Jóvenes muy amados de Dios, en cualquier parte del mundo, en la religión en la que ustedes se encuentran con Dios, descubran en sí mismos cómo Dios es presencia en sus vidas, cómo Él es fiel y nunca los abandonará. En su Palabra siempre lo podremos encontrar. «Si encontraba tus palabras, las devoraba: tus palabras me servían de gozo y eran la alegría de mi corazón» (Jr 15,16). Escuchen la voz de Dios y su Palabra y tendrán tantas respuestas a lo que llevan en su corazón y en sus pensamientos.
Al igual que haría don Bosco, el Padre y Maestro de la Juventud del mundo, yo quiero invitarles en su nombre a ser valientes en no alejarse nunca de Dios, a optar por Él en cada momento de sus vidas siendo generosos, no conformándose con dar el mínimo sino comprometiéndose a dar lo mejor que cada uno tiene en su corazón. Su vida queridos jóvenes es preciosa, y sea cual sea la vocación a la que Dios les llame, es una vida que merece la pena vivirla en la entrega, en la donación, en el servicio y el amor a los demás. Como les dice el Papa Francisco, “Jóvenes queridos, ustedes ‘¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio (…) Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús”. Me permito incluso de hacerles la invitación de atreverse a vivir las Bienaventuranzas que en el Evangelio nos propone el Señor. Son una preciosa expresión de cómo vivir la alegría del Evangelio con ‘rostros’ y modos diversos que conducen a la felicidad en Cristo.
Imitando a Don Bosco quiero proponerles, como digo en la Strenna (‘Aguinaldo’) de este año, que se entusiasmen en vivir la vida como una fiesta y la fe como felicidad. Él se lo proponía y lo hacía realidad con sus muchachos en Valdocco. Hoy ese Valdocco de la fiesta de la alegría puede ser cada uno de los lugares y de las casas salesianas o no salesianas donde ustedes se encuentran. Les pido que sean misioneros de la alegría, puesto que son discípulos-misioneros de Jesús. Cuenten a sus amigos, amigas y a otros jóvenes que han encontrado ese tesoro precioso que es Jesús mismo. Contagien a otros la alegría de la Fe y la esperanza que ésta produce. Sean misioneros de otros jóvenes, como proponía Don Bosco a sus muchachos en Valdocco, haciendo llegar a quienes no se sienten bien, a quienes sufren, a los más pobres, a los ‘sin oportunidades’, la alegría que Jesús les quiere ofrecer. Lleven esa misma alegría a sus familias, a sus escuelas o universidades; contágienla en los lugares de trabajo y entre sus amigos. Verán que, si esa alegría que tienen en su corazón viene de Dios, se hará realmente contagiosa, bellamente contagiosa porque genera vida.
¿No creen que después de lo que acabo de decir se entiende fácilmente eso de Domingo Savio en Valdocco: ‘Nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres´?
Que María, Madre Auxiliadora nos acompañe a todos en este camino. Ella acogió al Señor dentro de sí y lo anunció con un canto de alabanza y alegría: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1, 46-47).
¿Qué alegría es la que hoy resuena en tu corazón, mi querido joven? Sean felices aquí y en la eternidad, como decía Don Bosco. Les bendigo y saludo con verdadero afecto.
La consecuencia última de todo esto (modernidad-secularización) puede expresarse de un modo muy
sencillo (aunque la simplicidad es engañosa): el hombre moderno ha sufrido los efectos de la falta de hogar
(Peter Berger)
En una sociedad secularizada, perdidos los apoyos sociales que sostenían tradicionalmente
el universo simbólico religioso, pueden aparecer como irrelevantes Dios, la fe, la salvación eterna
(Antonio Jiménez Ortiz)
Para ser justo en el trato con los menesterosos, conviene poner en juego la forma de conocimiento
que se llama EMPATIA, y verlos desde ellos mismos, desde su peculiar situación
(Jacob W. Grimm)