Rafael Villar Liñán

Este mes vamos a hablar sobre la imagen que proyectamos de nosotros mismos en las redes sociales. Si hay una red en la que lo fundamental es la imagen, esa es Instagram, aunque todo lo que expongo aquí aplica para todas las demás.

Cuando uno abre su Instagram y empieza a ver lo que van compartiendo sus contactos, puede ir viendo su vida poco a poco. Mejor dicho, lo que deciden contar. Están los que retransmiten su vida al minuto y también están los que aparecen muy de cuando en cuando compartiendo algún momento que están viviendo. La cuestión es que, sea permanente o puntualmente, estamos proyectando nuestra vida hacia los demás.

En definitiva, estás haciendo lo mismo que cuando tomas una cerveza o un café con algún ser querido, que dedicas un buen rato a contar tus últimas novedades para ponerte al día con el otro. Y cuando lo haces, consciente o inconscientemente estás poniendo un filtro a tu vida. Eliges lo que cuentas y lo que no te apetece en ese momento. Quizás solo sean cosas buenas, o quizás necesites sacar afuera algún problemilla que te tiene atravesado y necesita un pelín de ayuda. A veces, incluso, tienes ganas de contar algo tremendamente bueno, pero si la persona que te acompaña está pasando un mal momento, prefieres guardarlo para otra ocasión.

La cuestión es que te muestras a ti mismo tal y como eres, y según tu escala de valores y principios vas modulando el mensaje. Al final, lo más probable es que salga el cooperador que llevas dentro y acabes dándole un punto de vista positivo. O que le tiendas la mano para ayudar a tu compañero de café.

Sin embargo, muchas veces nos empeñamos en lo contrario. Mostramos una imagen de nosotros mismos que no se corresponde con nuestra experiencia de vida. Somos megáfonos de una sociedad materialista y hedonista que alcanza su máxima expresión en el selfie: una imagen en la que el protagonista es uno mismo y el “complemento indirecto” es lo que nos acompaña (da igual que sea un monumento o un plato). Lo importante es mostrar una sonrisa (a veces falsa). El problema llega cuando abusamos de este tipo de publicaciones, pues podemos acabar dando una imagen distorsionada de nosotros.

Quiero acabar esta reflexión con unas palabras extraídas del mensaje de Benedicto XVI para la XLVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales del año 2013: “en las redes sociales se pone de manifiesto la autenticidad de los creyentes cuando comparten la fuente profunda de su esperanza y de su alegría”. Este compartir consiste no solo en la expresión explícita de la fe, sino también en el testimonio, es decir, “en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio”. Lo importante es “permitir que la infinita riqueza del Evangelio encuentre formas de expresión que puedan alcanzar las mentes y los corazones de todos”.

Por eso, nosotros afirmamos que la resurrección de Jesús
es la prueba del Padre de que esa vida es la vida verdadera
(P. Trigo)