José Luis Muñoz Blázquez
A veces nos llenamos de deseos y de buenas intenciones, pero nos cuesta dar el paso. Nuestra reflexión personal, de grupo, nuestra oración, todo nos anima, aunque se nos hace difícil cruzar la línea y salir de esa zona de confort que nos protege. Porque se nos antoja que ese primer paso ha de ser de gigante, pero en realidad no tiene por qué ser así. El Reino de Dios se construye con pequeños gestos de Amor.
Ella pasaba varias veces a la semana por aquella acera, pensando en sus cosas. Aunque le había visto en otras ocasiones frente de la puerta del supermercado, sentado en una silla, pidiendo una ayuda para vivir, nunca había centrado su atención en él. Quizá aquel día estaba especialmente sensible por el retiro sobre las situaciones de pobreza en nuestro entorno al que había asistido o simplemente la mano de Dios le empujó un par de pasos más allá que otras veces. En definitiva aquel día ella fue consciente de que allí estaba Jesús necesitado. Y se acercó y habló con él. “Hola -le dijo- ¿qué necesitas?”. “Aceite” fue su respuesta en un castellano apenas inteligible. Ella entró y le compró dos litros de aceite, algo de leche y fruta. Se lo entregó y recibió una gran sonrisa acompañada de un “Gracias”. Pero aquello no era suficiente para Ella. Sentía que podía hacer más por aquel hombre africano de aspecto juvenil con aspecto perdido e indefenso. Después de hablarlo con su familia, aquella misma tarde volvió a la puerta del supermercado y se puso a charlar con él. No tardó en darse cuenta de que le faltaba una herramienta básica de integración y desarrollo personal: la lengua. “¿Quieres que te enseñe a hablar en castellano?” le dijo en inglés. La respuesta no se hizo esperar “Yes”.
Han pasado semanas y Andrew, de 42 años, sigue en la puerta del supermercado, pero vive con otra alegría, con más esperanza. Ha mejorado su castellano gracias a las clases que Ella le da, está a la espera de realizar un curso de cocina y sabe que le importa a alguien en aquella ciudad impersonal y egoísta. Andrew es cristiano y ahora celebra la Eucaristía con la comunidad cristiana de Ella. Andrew sueña con traer de Nigeria a su esposa y a su hija, a la que solo conoce por videollamada. Andrew se muestra muy agradecido cuando la familia de ella le invita a comer en su casa. A Ella le llama mamá y a su marido papá.
Entre las personas que lean estas líneas habrá muchas que ya hayan dado el paso que dio Ella u otro gesto similar. Admiro vuestra valentía y autenticidad. Sois testimonio de una fe que se hace vida. Habéis abierto los brazos al hermano o a la hermana necesitada respondiendo a la llamada de Jesús. Tenemos a nuestro alrededor hambre, soledad, incomprensión, impotencia y a diario pasamos por las aceras sumidos en nosotros mismos, sin observar la vida de los demás. Ella no ha salvado a nadie, no ha creado una Ong, ni ha realizado acciones espectaculares, pero sus gestos diarios con Andrew son admirables.
Y los que no lo hemos hecho: ¿a qué estamos esperando? Es cierto que no todos tenemos la edad, las fuerzas, el tiempo o el dinero para abrazar a un Andrew… O quizá eso vuelve a ser una excusa para justificar que sigamos paralizados, hablando y debatiendo sin actuar. Abramos los ojos a esas vidas cercanas, intentémoslo, demos el paso, acerquémonos a quien lo pasa mal. Aprendamos de la cercanía de María a quien llamamos Auxiliadora. No pongamos la confianza en nuestras propias fuerzas y dejémonos guiar por Dios. Creámonos que somos su instrumento de caridad y haremos pequeñas grandes cosas.
Deseo que el Espíritu que revolvió el Ser de los apóstoles aquel día de Pentecostés entre como una ráfaga de aire fresco en nuestros corazones para que con valentía hagamos vida la Buena Nueva del Cristo Resucitado.
La división en el seno de la Iglesia católica hace mucho daño a la comunidad cristiana
al amenazar su comunión y unidad
(Pietro Parolin)