Cristóbal Marín Martínez e Irene Blaya Huertas

Queridos hermanos en Don Bosco:

Custodiar la pureza del corazón de nuestros hijos es una tarea que nos debe preocupar a los padres, para que puedan llegar a ser “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, como decía Don Bosco.

Uno de los fines fundamentales en la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia es “educar hijos para el cielo”, en total sintonía con el lema de Don Bosco: “dame almas y deja lo demás”.

Jesús nos lo deja en una de sus Bienaventuranzas: “Benditos los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5,8).

Los padres recibimos de Dios un don: ser cooperadores con Él en la concepción de nuestros hijos; y una responsabilidad: aparte de cuidar, alimentar, y satisfacer las necesidades materiales y culturales de nuestros hijos, especialmente, transmitirles la verdad de la fe hecha vida y educarlos en el amor de Dios y del prójimo.

La familia constituye el ámbito más natural y apropiado para el crecimiento y desarrollo de la persona. Debemos crear un ambiente y un estilo de vida que favorezca el crecimiento integral de sus componentes.

Somos los padres, los principales educadores de nuestros hijos. No es la Iglesia, ni el gobierno, ni la escuela. El deber educativo que tenemos los padres es formar a los hijos y ayudarles a ser personas.

Los valores esenciales de la vida que se deben promover en la familia, que pueden enriquecer a nuestros hijos son la libertad, la verdad y la justicia, que se concretan en vivir los valores del Evangelio

La verdad como norma de vida es una condición indispensable para la propia realización como personas, ayuda a construir la convivencia social y constituye el fundamento de los valores, de toda moral.

La libertad es un don esencial de la persona. Por medio del ejercicio recto de la libertad, puede el hombre alcanzar su plenitud humana.

La justicia lleva al respeto de la dignidad humana que, unida al sentido del verdadero amor, conduce al servicio desinteresado de ayuda a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados.

Para los padres, otro aspecto que constituye una premisa indispensable en la pureza es, educar a los hijos para el amor como don de sí mismo, pues son llamados a ofrecerles una educación sexual clara y delicada.

La educación sexual es un pilar fundamental para enfocar correctamente la sexualidad en los adolescentes, siendo más efectiva si la realizamos en edades tempranas, que forma parte de la formación integral de la personalidad.

Dios nos da tres facetas para educar en la pureza, la inteligencia para discernir entre lo que es bueno y lo que no, la voluntad, para ejecutar lo que decida por mi inteligencia y la libertad para elegir entre lo bueno y lo malo.

Hay que cuidar el cuerpo, templo del Espíritu Santo, y que nuestros hijos eduquen la voluntad para evitar malos pensamientos, tentaciones, malas palabras, envidias, rencores, malas compañías, etc.

En conclusión, cuidemos la pureza de nuestros hijos, educándolos en la virtud, para que sean capaces de tomar decisiones que eviten matar la vida espiritual de sus almas.

Pongamos esta Navidad en la Sagrada Familia nuestros corazones, para que un día sea el cielo nuestro hogar perpetuo.

Feliz Adviento y feliz Navidad.

Lo más monstruoso que se le pide al hombre es que elija su libertad
(Sören Kierkegaard)