Cristóbal Marín Martínez e Irene Blaya Huertas
Queridos hermanos en Don Bosco:
El mes de Junio la Iglesia lo dedica a la adoración del Sagrado Corazón de Jesús, que nos debe hacer recordar todo lo que Dios nos ama con su Corazón entregado y lo que nosotros le debemos amar: ¡Adorémosle!
Con este artículo pretendemos ofrecer a cada matrimonio algunas pautas que les puedan ayudar a reflexionar y planificar el aspecto económico conyugal y familiar.
Comenzamos preguntando: ¿en vuestro matrimonio habéis hablado de la economía en el hogar? ¿La tenéis presente en vuestro día a día? ¿Pensáis que es importante este tema? Suponemos que sí, pero si no fuera así, ¡no dejéis de hacerlo para enriqueceros mutuamente!
En el matrimonio, la base de la felicidad es el amor recíproco y maduro mediante el cual los cónyuges se entregan por completo el uno al otro.
Pero existen factores de carácter externo y secundario, como son los recursos con que cuentan los cónyuges para la vida cotidiana, especialmente lo relativo a la acertada administración del dinero, que proporcionan algunas facilidades y satisfacciones al buen funcionamiento del hogar y que ayudan a disfrutar de la felicidad.
Una planificación equivocada de estos recursos, al no darles la importancia que merecen, pueden acarrear ciertos problemas que afecten a la felicidad del matrimonio y al equilibrio de toda la familia.
Para llevar a cabo una adecuada planificación y administración del hogar, es imprescindible una buena comunicación en el matrimonio, para disolver barreras, favorecer la comprensión mutua, facilitar la solución de conflictos e incluso, ayudar a prevenirlos.
Cuanto mayor sea la participación y comunión entre los cónyuges, más se acercarán a la formación de un verdadero hogar.
Sabemos que el dinero no da la felicidad, pero la acertada administración del mismo, sí proporciona facilidades y satisfacciones que dan estabilidad al hogar.
Para que el factor económico ayude a la unión de los cónyuges y no les cause dificultades, aportamos algunas condiciones básicas:
- “El amor no busca su propio interés” (I Co. 1,7). ¡Ojo! No nos casamos para hacer negocios, ni para mejorar nuestra economía. Vamos al matrimonio a donarnos, a entregarnos mutua y generosamente, sin guardar nada para uno.
- Conocer los puntos fuertes. Gracias a Dios no somos iguales, pero sí complementarios. Entendemos de forma diferente la administración de los recursos. Debemos buscar y encontrar los puntos de unión y entrega generosa que nos ayuden a mejorar la administración del hogar.
- El comportamiento de cada uno respecto al uso del dinero. Lo primero es, saber qué costumbre tiene cada uno con la utilización del dinero y actuar en consecuencia. Se necesita un diálogo activo en ese aspecto.
Una vez conocidas nuestras fortalezas y debilidades, hacemos un balance según el talento particular, vemos qué aporta cada uno para llevar las cuentas. Luego hay que hacer las cuentas. - Hacer un presupuesto. Es una distribución realista y equilibrada entre ingresos y gastos. Lo más normal es hacerlo mensualmente, aunque se puede elegir otro periodo de tiempo.
- Recordar que no se trata de no gastar, sino de saber cuándo, cómo, y cuánto gastar para evitar poner en riesgo la economía familiar.
- Por último, la administración adecuada del hogar es un motivo de encuentro y un camino de santificación a través del matrimonio.
Un estado que no se rige por la justicia se reduce a una banda de ladrones
(San Agustín)