Borja Pérez Galnares

Comenzamos un nuevo curso con la mirada puesta en el futuro, con ilusión renovada y con el corazón dispuesto a seguir caminando como Salesianos Cooperadores al servicio del Reino. En este tiempo de planificación, de sueños compartidos y de proyectos que se ponen en marcha, resuena con fuerza una invitación que atraviesa todo el Evangelio y que el Papa Francisco ha querido poner en el centro de su magisterio: la alegría.

“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (Evangelii Gaudium, 1). Esta afirmación no es solo un bello comienzo para un documento pontificio, sino una clave de lectura para nuestra vocación y misión. Como miembros de la Familia Salesiana, herederos del carisma de Don Bosco, estamos llamados a ser testigos de una alegría profunda que no depende de las circunstancias externas, sino que brota del encuentro con el Señor y se traduce en una vida entregada a los demás, especialmente a los jóvenes.

Don Bosco fue un maestro en esto. Su pedagogía, su espiritualidad y su estilo de vida estaban marcados por una alegría contagiosa que nacía de su confianza en Dios y de su amor apasionado por los jóvenes. Él mismo decía: “Estad siempre alegres. No os pido otra cosa que esto: que estéis alegres”. Esta alegría no era superficial ni ingenua, sino una expresión de su fe y de su esperanza. Era una alegría que educaba, que evangelizaba, que transformaba.

Hoy, en un mundo herido por la incertidumbre, la soledad y el desencanto, nuestra alegría puede ser un signo profético. No se trata de una alegría artificial o forzada, sino de una alegría que nace del Evangelio y que se hace vida en la comunidad, en la fraternidad, en el servicio. Una alegría que se cultiva en la oración, que se alimenta en la Eucaristía, que se fortalece en la misión compartida.

El Proyecto de Vida Apostólica de los Salesianos Cooperadores nos recuerda que “la alegría es una característica esencial del espíritu salesiano” (cf.  artículo 11.2, PVA/R). Esta alegría se manifiesta en la sencillez, en la cercanía, en la capacidad de celebrar la vida incluso en medio de las dificultades. Es una alegría que no se guarda para uno mismo, sino que se comparte, que se comunica, que se convierte en anuncio.

Al comenzar este nuevo curso, os invito a hacer de la alegría una opción pastoral. Que nuestras reuniones, nuestras actividades, nuestras relaciones estén marcadas por un estilo alegre, acogedor, esperanzado. Que sepamos transmitir a los jóvenes y a las familias que el Evangelio no es una carga, sino una buena noticia que libera y nos llena. Que nuestra alegría sea misionera, como nos pedía el Papa Francisco: “No dejemos que nos roben la alegría evangelizadora” (EG, 83).

Confiamos este camino a María Auxiliadora, la Madre alegre que acompañó a Don Bosco y que sigue acompañando a cada uno de nosotros. Que ella nos enseñe a vivir con gozo nuestra vocación y a ser sembradores de esperanza en cada rincón de nuestra Región.

¡Feliz inicio de curso!