don Fabio Attard
Conocer a Don Bosco no solo amar a Don Bosco
Somos conscientes de que uno de los desafíos centrales que tenemos como salesianos es comunicar la buena nueva con nuestro testimonio y a través de nuestras propuestas educativo-pastorales en una cultura que está sufriendo un cambio radical. Si en occidente hablamos de la indiferencia a la propuesta religiosa fruto del desafío de la secularización, notamos cómo en otros continentes el desafío toma otras formas.
En primer lugar, el cambio hacia una cultura globalizada que cambia radicalmente las escalas de valores y estilos de vida. En un mundo fluido e hiperconectado, lo que conocimos ayer, hoy ha cambiado radicalmente: en resumen aquí se trata del tema varias veces mencionado del cambio de época. Teniendo este cambio sus efectos en todo campo, es positivo ver cómo la Congregación desde el CGE (1972) hasta hoy está en un continuo camino de repensamiento y reflexión sobre su propuesta educativa pastoral. es un proceso que responde a la pregunta “¿qué haría Don Bosco hoy, en una cultura secularizada y globalizada como la nuestra?”.
En todo este movimiento reconocemos que desde sus orígenes la belleza y la fuerza del carisma salesiano residen precisamente en su capacidad interna de dialogar con la historia de los jóvenes que en cada época estamos llamados a encontrar. Lo que nosotros contemplamos en Valdocco, en esta tierra santa salesiana, es el soplo del Espíritu que guió a Don Bosco y que reconocemos que sigue guiándonos también hoy. Las Constituciones comienzan precisamente con esta certeza fundamental y fundamental: “El Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a san Juan Bosco. Formó en él un corazón de padre y de maestro, capaz de una entrega total: «Tengo prometido a Dios que incluso mi último aliento será para mis pobres jóvenes». Para prolongar en el tiempo esta misión suya, lo guio en la empresa de dar vida a diferentes fuerzas apostólicas, la primera entre todas nuestra Sociedad. La Iglesia ha reconocido en ello la acción de Dios, sobre todo aprobando las Constituciones y proclamando santo al Fundador. De esta presencia activa del Espíritu sacamos la energía para nuestra fidelidad y el apoyo de nuestra esperanza. (C 1).
El carisma salesiano encierra una invitación innata a ponernos frente a los jóvenes de la misma manera en que Don Bosco se ponía frente a Bartolomé Garelli… ¡»su amigo»! Todo esto parece muy fácil de decir, se presenta como una exhortación amistosa. En realidad, esconde dentro de sí la urgente invitación a nosotros, hijos de Don Bosco, para que en el hoy de la historia, donde nos encontramos, repropongamos el carisma salesiano de manera adecuada y significativa. Sin embargo, hay una condición indispensable que nos permite hacer este camino: el conocimiento verdadero y serio de bien de Don Bosco. No podemos decir que «amamos» verdaderamente a Don Bosco, si no estamos seriamente comprometidos a «conocer» a Don Bosco. A menudo el riesgo es contentarnos con un conocimiento de Don Bosco que no logra conectarse con los desafíos actuales. Con un conocimiento superficial de Don Bosco, somos realmente pobres de ese bagaje carismático que nos hace auténticos hijos suyos. Sin conocer a Don Bosco no podemos y no llegamos a encarnar a Don Bosco en la cultura donde estamos. Todo esfuerzo en esta pobreza de conocimiento carismático resulta solo en operaciones carismáticas de cosmetología, que al final son una traición a la propia herencia de Don Bosco. Si deseamos que el carisma salesiano sea capaz de dialogar con la cultura actual, las culturas actuales, debemos profundizarlo continuamente para sí mismo y a la luz de las siempre nuevas condiciones en las que vivimos. El bagaje que hemos recibido al principio de nuestra fase inicial de formación si no es seriamente profundizado hoy no es suficiente, simplemente es inútil, sino incluso perjudicial. En esta dirección, la Congregación ha hecho y está haciendo un enorme esfuerzo para releer la vida de Don Bosco, el carisma salesiano a la luz de las actuales condiciones sociales y culturales, en todas las partes del mundo. Es un patrimonio que tenemos, pero corremos el riesgo de no conocerlo porque no podemos estudiarlo como merece.
La pérdida de memoria no solo nos arriesga a perder el contacto con el tesoro que tenemos, sino también a hacernos creer que este tesoro no existe. Y esto será realmente trágico no tanto y solo para nosotros los Salesianos, sino para esas multitudes de jóvenes que nos están esperando. La urgencia de esta profundización no es solo de naturaleza intelectualista sino que toca la sed que existe por una seria formación carismática de los laicos en nuestras CEP. El Documento Final trata este tema con frecuencia y de manera sistemática. Los laicos que hoy participan con nosotros en la misión salesiana son personas deseosas de una propuesta formativa salesiana más clara y significativa. No podemos vivir estos espacios de convergencia educativa pastoral si nuestro lenguaje y nuestra forma de comunicar el carisma no tienen la capacidad cognoscitiva y la preparación adecuada para suscitar curiosidad y atención por parte de quienes viven con nosotros la misión salesiana. No basta con decir que amamos a Don Bosco. El verdadero «amor» por Don Bosco implica el compromiso de conocerlo y estudiarlo y no solo a la luz de su tiempo, sino también a la luz del gran potencial de su actualidad, a la luz de nuestro tiempo. El Rector Mayor, don Pascual Chávez, había invitado a toda la Congregación y a la Familia Salesiana para los tres años que precedieron al «Bicentenario del nacimiento de Don Bosco 1815- 2013». Es una invitación que es más actual que nunca. Este Capítulo General es una llamada y una oportunidad para fortalecer el conocimiento histórico, pedagógico y espiritual de nuestro Padre y Maestro.
Reconocemos queridos hermanos, que en este punto este tema se conecta con el anterior -la conversión personal-. Si no conocemos a Don Bosco y si no lo estudiamos, no podemos comprender la dinámica y las fatigas de su camino espiritual y por consiguiente las raíces de sus elecciones pastorales. Llegamos a amarlo solo superficialmente, sin la verdadera capacidad de imitarlo como el hombre profundamente santo. Sobre todo será imposible inculturar hoy su carisma en los diferentes contextos y situaciones. Solo reforzando nuestra identidad carismática, podremos ofrecer a la Iglesia y a la Sociedad un testimonio creíble y una propuesta educativa pastoral significativa y relevante para los jóvenes.
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