Boletín 246, febrero 1984

Transcribimos parte del artículo publicado en las páginas 9 y 10 de nuestro Boletín número 246 de febrero de 1984 titulado «Esposa y Madre. Dorotea Chopitea» en la Editorial de ese mes.

Volvemos otra vez a recordar a Dña. Dorotea Chopitea, que, como ya hemos publicado, fue declarada Venerable el 9 de junio de 1983. Hace ahora en febrero 100 años, los Salesianos empezaban a trabajar en Sarriá. La Inspectoría de Barcelona, al recordar ésta efemérides, recuerda también con gratitud a la mujer que hizo posible este acontecimiento, a doña Dorotea.

Juan Branda, que fue el primer Director de Barcelona, escribe a Don Bosco y hace este retrato de ella: “Respecto a su caridad hacia los hijos de vuestra Paternidad y de la Congregación, de nada sirven las palabras habladas o escritas: hay que verlo para comprenderlo todo. Bastará decirle que durante los primeros ocho días, yo me afanaba en ir a su casa para proveerme de muchas cosas y para aconsejarme; pero, como ella sabe lo que es una comunidad religiosa, para no obligarme a ausentarme de Casa, ni por otra parte privarme de su apoyo, ha venido a vivir a Sarriá, a su casa de verano, viniendo cada día e incluso dos veces al día, prodigándose con una caridad que es a la vez de madre y de padre. Se preocupa de que a los salesianos de esta Casa no les falte de nada, pero de que, al mismo tiempo, la Congregación quede bien, ayudándonos con todos los medios que tiene a su disposición. Es generosa como un pródigo y rigurosa como Don Rúa”

Nosotros releemos uno de los escritos presentados por los relatores para llegar a la declaración de Venerable, que nos presenta la virtud de Dña. Dorotea y la proyección que puede tener su figura en este siglo materialista sobre nuestra sociedad y sobre la familia.

Tener que pronunciarse sobre la heroicidad de las virtudes de una esposa, madre y viuda, que vivió como tal hasta cerca de los 76 años, no es cosa frecuente. Es habitual centrarse con causas de madres y viudas que, tras la muerte del marido, pasan a ser superioras y fundadoras de Institutos Religiosos; es raro, en cambio, encontrarse con madres de familia que hayan seguido en su vida doméstica hasta el fin: de todo lo cual se deduce el notable interés de esta Sierva de Dios y de su Causa, cosa tan evidente que no tiene necesidad de demostración.

Es cierto que en cualquier época todos los estados de vida necesitan ejemplos y puntos de referencia en que inspirarse, pues la debilidad de la condición humana, con sus caídas y levantamientos, no tiene límites ni de época ni de nación. Pero poder señalar una esposa siempre fiel, que vivió cincuenta años en perfecta armonía con su marido, y una madre que educó y llevó a feliz término a sus seis hijas es cosa que, quiérase o no, fascina y atrae extraordinariamente. Sobre todo en nuestros tiempos, caracterizados por una fuerte desorientación, más aún, por una verdadera destrucción de la de la célula familiar acompañada por la caída, hasta el desorden completo, de los valores religiosos, morales, educativos, sociales y económicos, este ejemplo propuesto oficialmente por la Iglesia, tendrá, de cara a la renovación, una resonancia y una incidencia mucho mayores y más fructíferas que muchos otros medios faltos de realismo, adoptados normalmente en el plano pastoral.

Prescindiendo de su brevísima fase de lanzamiento en Chile, toda la existencia de la Sierva de Dios se desarrolló en la España del 800. Su origen andino, de cara al Pacífico, y el ambiente cuidado por los padres que allí trabajaron durante muchos años, crearon en Dorotea ansias de amplitud, tanto en la vida como en las obras; y ante los problemas que afrontó, la sensación y la necesidad de proyectarla se extendían más allá de Barcelona (gran metrópoli sí, pero limitada) para alcanzar el mundo misionero de la Iglesia y las grandes transformaciones de su época.

La Sierva de Dios tuvo el mérito de asimilar con facilidad las iniciativas que surgían tanto en el plano caritativo hacia los pobres y necesitados, de cualquier clase que fueran, como en cualquier otra actividad que enriqueciera espiritual, intelectual y pastoralmente la Sociedad. No ha sido una fundadora en la aceptación común del término, pero sí una madre tan rica de los valores inherentes a esta misión, que no pudo encerrarse en los muros domésticos, entregada exclusivamente a los frutos de su matrimonio. Dorotea comprendió enseguida que su misión tenía que ampliarse sin límites, salir fuera de la propia casa, llegar a las calles, al templo, a los tugurios, a los ambientes sacerdotales y religiosos, atravesar el océano.

Su caridad inagotable para con los pobres es la caridad heroica, sin sombra de egoísmo, que consiste no solamente en prodigar millones sino en prodigarse a sí misma, ofreciendo su trabajo, tiempo, solicitud, energías, cariño (en una palabra, su amor) al pobre, privado de toda ayuda.

Ciertamente es una satisfacción observar las virtudes de Dña. Dorotea como facetas de un prisma multicolor y armónico. Se constata un continuo elevarse de la tierra al cielo y un esfuerzo sin interrupción. Es un acicate para todos pues muestra como uno puede comportarse heroicamente en la vida de cada día, metido en el mundo y en la familia, en el ininterrumpido ir y venir de cada jornada. Contemplar hoy, transcurridos más de 90 años de traspaso, el heroísmo de esta “dama barcelonesa del Ochocientos” impulsa necesariamente a imitarla y a señalarla a todos como reflejo fiel de Cristo, el Redentor de los hombres.

Si Dorotea fue mujer y madre ejemplar, espejo de virtudes en todas las formas de vida y en sus específicos deberes, sobre todo en la educación de los hijos y en la marcha de su familia provista de abundantes bienes de fortuna, tuvo además la fuerza de no dejarse subyugar por ellos, más aún, de mantenerse despejada de ellos y usarlos con generosidad e inteligencia al servicio de los pobres y de las instituciones eclesiásticas. Es el ejemplo típico de una persona perteneciente a las fuerzas del laicado que actúa en perfecta sintonía con el mensaje evangélico, pues vivió la vida de la gracia en su más alto nivel al insertarse en la actividad evangelizadora de la Iglesia.

Nos hallamos ante una mujer verdaderamente heroica a lo largo de toda su existencia, que ha sido un “crescendo” continuo de purificación, de ascesis íntima y de entrega amplia e incondicional. Madre, en sentido material y eclesial, pues acogió con gran comprensión los anhelos de todos los necesitados, vistos en el Cuerpo Místico de Jesucristo.

Dorotea Chopitea, viuda de Serra, presentada oficialmente por la Iglesia a la imitación y a la veneración, constituirá para todos los fieles un estímulo de gran alcance para progresar en la santidad y colaborar animosamente como es debido, en las obras de Dios.

La vedad decisiva de la fe cristiana es: el Señor ha resucitado en verdad
(Karl Rhaner)