Raúl Fernández Abad

En el momento de escribir este artículo nos encontramos en la fiesta de la Inmaculada y cuando lo recibáis estaremos terminando uno de los mejores meses salesianos: enero.

Pero no olvidemos que, cuando leáis este artículo, venimos de celebrar la Navidad: fiesta del Nacimiento de Jesús. Este nacimiento convierte a Dios en hombre para salvarnos.

Aunque en el número anterior no hacíamos ninguna mención es bueno decir: FELIZ NAVIDAD.

Ya hemos celebrado el nacimiento de Jesús y su Epifanía: un momento de celebración familiar, de reencuentro con los seres queridos y un momento de nuevos propósitos. Y sin dilación hemos comenzado a preparar el mes de Don Bosco. Pero no solo el mes de Don Bosco, sino un mes salesiano por excelencia por la cantidad de santos, beatos y venerables salesianos que celebramos.

Y este mes salesiano me anima a unir este artículo con la reflexión del boletín anterior.

Terminaba haciendo una pregunta sobre si nos sentimos instrumentos del Señor y que Él habita en nosotros. Y este hecho lo descubre Don Bosco y se convierte en instrumento del Señor para salvar a los jóvenes, para salvar a las almas de los jóvenes. Y en este camino Don Bosco descubre lo que el Señor quiere de él. Pero no solo de él sino que le hace ver que no va a estar solo, que debe «trabajar en equipo». Este trabajo en equipo tiene una característica especial: la familia, el concepto de familia. Y como siempre quiero animaros a una reflexión a través de mis preguntas:

  • ¿Qué significa trabajar en Familia para los salesianos cooperadores?
  • ¿Trasmitimos la necesidad de trabajar en Familia con el resto de la Familia Salesiana en nuestros lugares de misión?
  • ¿Nos sentimos familia en la obra salesiana que desarrollamos nuestra misión?

Leyendo el libro de la colección de estudios salesianos «los cooperadores de Don Bosco» podemos ver y descubrir pistas para responder las anteriores preguntas. Y se nos recuerdan los sueños misteriosos de Don Bosco:

  • 1844. El sueño de los animales feroces convertidos en corderos
  • 1845. El mismo sueño con diversas variantes donde en una de ellas se ve acompañado por clérigos y ayudantes que les ciñe una cinta con la palabra «obediencia» impresa en ella
  • 1847. El sueño de las rosas y espinas.

Esto es una semilla que germina en Don Bosco, más adelante, y que cuando florece descubre que necesita que su colaboradores se comprometan en función de sus disponibilidades. Y ese compromiso debe ser valorado por cada uno de nosotros. Porque a cada uno de nosotros se nos pide un compromiso diferente en función de nuestra disponibilidad. Don Bosco pone unos mínimos a los miembros de la Asociación en su primer Reglamento pero recordando que tenemos la misma mies que los Salesianos. Y ahí surge mi última pregunta para reflexionar:

¿Nos conformamos con los mínimos que se nos proponen o como las cooperadoras de Acqui escuchamos a nuestro corazón encendido y fervoroso?

Un afectuoso saludo y un fuerte ¡viva a Don Bosco!

La ausencia de verdadera oración sería, para nosotros, un fracaso en todos los frentes
(Don Viganò)