Eusebio Martínez Aguado

Muchos, antes que nosotros, se hicieron esta pregunta: ¿cuándo rezaba Don Bosco?

En este momento invito a los que lean esta página a dar una respuesta personal que explique la dimensión orante de Don Bosco. Porque, convencidos de que Don Bosco rezaba, ¡lo estamos todos! En una reunión de Familia Salesiana de no hace mucho tiempo, resonó varias veces la necesidad de “volver a Don Bosco” y al “Don Bosco más auténtico”: al Don Bosco con Dios.

En tiempos en que principios firmes y seguros de vida han perdido consideración por parte de colectivos cuya preocupación más importante no ha sido, ni mucho menos, buscar su más profundo sentido y hacerlo realidad, fijar los ojos en Don Bosco y fijarlos en su relación con Dios, ¡merece la pena!

En el año 2008 los salesianos hicieron una apueste para volver a partir de Don Bosco (Capítulo General 26); y para ello se proponían el “pasar de un conocimiento superficial de Don Bosco, a un estudio serio y comprometido de la historia, pedagogía, pastoral y espiritualidad de nuestro Padre y Fundador”. Parte importante de este esfuerzo es descubrir su relación con Dios como el gran eje trasversal que atraviesa toda su existencia y la savia que alimenta cada una de sus obras.

El Papa Francisco, el 6 de mayo de 2020, decía: “La oración es el alimento de la fe; es su expresión más adecuada, como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios”.

Don Bosco a lo largo de su vida, para llevar adelante tantas y tan arriesgadas obras, se confió totalmente a la Divina Providencia. Todo fue fruto de una FE intensa y creciente. Los que declararon en el proceso de beatificación y canonización de Don Bosco coinciden en que Don Bosco “fue ávido de conocer las verdades de la fe, firme en creerlas, fervoroso en profesarlas, celoso en inculcarlas y fuerte en defenderlas”. Aquí tenemos, mirando a Don Bosco, todo un proceso: Vida intensa, confianza inmensa en la Providencia, oración continua y fe sincera y vital.

Hay infinidad de expresiones que manifiestan esta actitud orante. Él decía: “Vosotros sois aun niños. Hay que dejarlo todo en las manos de Dios. El sabrá deshacer los malos designios. A nosotros nos toca rezar y no temer”.
El mes de enero nos ofrece una oportunidad de volver al Don Bosco más auténtico; al que encontramos en la presencia de Dios y, desde ahí, metido en la realidad más sufriente de la vida de los jóvenes pobres y abandonados.

En una oración a María Auxiliadora decimos: “Tú que fuiste la maestra de Don Bosco, enséñanos a imitar sus virtudes, especialmente la unión con Dios”.
La pregunta inicial “¿Cuándo rezaba Don Bosco?” está ahí. Con una cercanía a su figura iremos dando respuesta adecuada. Y, ¡seguro! imitándole en su relación con Dios, nos asemejaremos más a él; seremos hijos que imitan, más de cerca, la santidad del Padre.