Cardenal Ángel Fernández Artime
En el encuentro de Jesús y la samaritana, que nos lleva de la mano en este camino de escucha, discernimiento y acompañamiento, leemos lo que sigue:
“Jesús le contestó:
– Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’, le pedirías tú, y te daría agua viva.
La mujer le dice:
– Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? (…)
Jesús le contestó:
– El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed (…)
La mujer le dice:
– Señor, dame de esa agua así no tendré más sed (Jn 4, 10-16).
Jesús, como buen conocedor del corazón humano, emplea todos los recursos de la palabra, la conversación y los gestos para encontrarse con la persona:
- Pregunta, dialoga, argumenta, narra, valora el posicionamiento de su interlocutor, sugiere, afirma, provoca reacciones.
- Jesús guía a la anónima samaritana a saber que Él comprende su situación más de lo que ésta pudiera imaginarse, e intuye el dolor y sufrimiento que, de algún modo, ha debido soportar.
- Enfrenta a la mujer con su propia realidad y evasivas; la enfrenta incluso a su verdad, como en el momento en el que ella dice: “No tengo marido”.
- Al mismo tiempo le hace sentir una empatía compasiva.
- No da por terminado el diálogo, ni se retira ante las resistencias iniciales.
- Confía y desea aquello que pueda mejorar su vida.
El diálogo ayuda a deshacer equívocos, a descubrirse en autenticidad. Así las respuestas enigmáticas y provocadoras van acercando a la mujer que se siente sorprendida. Jesús, como persona que busca el bien del otro, de su interlocutor, crea relación personal, en vez de hacer juicios morales de desaprobación o reproche:
- No acusa, dialoga y propone.
- Su lenguaje, sus palabras, van dirigidas al corazón de aquellos a quienes habla.
- En el diálogo con esta mujer de Samaría, sin apresurarse a presentarse como quien puede cambiar su vida, avanza serenamente y, poco a poco, va despertando en ella el interés por una fuente de agua para una vida especial, distinta, mejor.
Y Jesús, como experto en humanidad, se muestra atento e interesado en la interioridad de sus interlocutores, lee en sus corazones y sabe interpretar.
→ La fe y la vocación a la alegría del amor
También hoy el Señor, como en su día con la samaritana, despierta fascinación en muchísimos jóvenes y tal atracción tiene mucho que ver con la fe y con la llamada que Dios hace a cada uno de sus hijos e hijas a vivir la vida como vocación a la alegría del amor.
Esta fe lleva a los jóvenes a sentirse cautivados por el modo de ver, de acoger, de relacionarse, y de vivir de Jesús, y les ensancha la vida; por eso, como dice el Papa Francisco, la fe “no es un refugio para gente pusilánime”.
Y para quienes bebemos en estas aguas del torrente que fluye del carisma salesiano suscitado por el Espíritu Santo en Don Bosco, esta propuesta de fe, como punto de partida de todo discernimiento posterior, se fundamenta en la certeza de que creemos realmente que Dios nos ama y ama a los jóvenes, creemos que Jesús, el Señor, quiere compartir su Vida con ellos, y creemos que el Espíritu Santo se hace presente en los jóvenes y opera en cada uno de ellos.
A la luz de esta fe, que gradualmente y siguiendo procesos irá madurando en la vida de los jóvenes que se ‘dejan tocar por Dios’, ellos mismos van tomando conciencia del “proyecto de amor apasionado que Dios tiene para cada uno”, y descubren “la vocación a la alegría del amor como llamada fundamental que Dios pone en el corazón de cada joven para que su existencia pueda dar fruto”.
Este camino requiere una actitud de apertura a la escucha del Espíritu, en diálogo con la Palabra de Dios, en el espacio más íntimo y sagrado que conoce la persona humana, que es la conciencia.
Hemos de tener muy en cuenta, con una mirada educativa y pastoral, que este camino se recorre, no pocas veces, porque existe una sed de búsqueda originada por algunas situaciones vitales en las que se encuentran los jóvenes, o los esposos en su matrimonio, o las mismas familias:
- Situaciones que llevan a la persona, al joven, al matrimonio, o a algún miembro de la familia, a sentir la necesidad de dar a su vida un significado profundo, también desde la fe. A veces porque se experimenta vitalmente que algo no va bien.
- Momentos en los que no se está bien, no se vive en armonía interior, y no se encuentra sentido pleno en lo que uno vive, o en el ‘nosotros’ del matrimonio, o en la familia. La situación se manifiesta, en la práctica, en un ‘vacío existencial’ que, con frecuencia, genera desorientación personal, malestar, tristeza y falta de esperanza.
- Contando además con que en algunas sociedades vivimos —y nos hacen vivir— tan volcados al exterior, como en un escaparate que expone lo se ha de ‘vender’, que no caben las limitaciones ni los defectos, y donde pareciera que no se puede envejecer ni cumplir años porque está mal visto. Y se necesita más que nunca, una educación y un camino personal y comunitario, una escucha y diálogo que ayude a la profundidad e interioridad de vida.
→ El Don del discernimiento
Esto y mucho más lleva a que la Iglesia quiera reiterar, por medio de este Sínodo, “su deseo de encontrar, acompañar y cuidar a todos los jóvenes sin excepción. No podemos ni queremos abandonarlos a las soledades y a las exclusiones a las que el mundo los expone. Así se puede apuntar hacia lo importante que es, junto con la escucha, el don del discernimiento. Un discernimiento que, en la tradición de la Iglesia, se ha aplicado a una gran pluralidad de situaciones: ya sea para discernir los signos de los tiempos, o el modo de actuar moralmente; o realizar un discernimiento espiritual cuando se trata de recorrer un camino de vida cristiana plena; o también cuando se trata de la propia vocación o de una opción de vida.
En todos los casos, el diálogo con el Señor y la escucha de la voz del Espíritu Santo son siempre esenciales porque, como se ha apuntado antes, hemos de ser muy conscientes de “que la persona de Jesús y la Buena Noticia por Él proclamada siguen fascinando a muchos jóvenes”.
Podemos preguntarnos por qué sugerir o promover caminos de discernimiento para todos aquellos que están en esta situación de dejarse libremente interpelar o tocar por Dios. Sencillamente porque reconocemos que el Espíritu Santo habla y actúa en la vida de cada persona a través de los acontecimientos de su propia vida y de la de otros. Habla también por medio de múltiples mediaciones, pero los hechos, las experiencias, los acontecimientos, las vivencias pueden ser en sí mismos mudos o ambiguos ya que estarán siempre sujetos a interpretaciones muy diferentes y subjetivas. Iluminarlas con el método adecuado será un fruto de todo camino de discernimiento.
En el número 51 de la Evangelii Gaudium, se nos ofrecen tres claves para todo discernimiento, incluido el estudio de los signos de los tiempos, como ya indicaba el Papa Pablo VI. Estas tres claves o criterios son: reconocer, interpretar y elegir.
– RECONOCER, a la luz de lo que inspira el Espíritu:
- Para tener más claridad en los momentos de altibajos, en los momentos de verdadera lucha interior.
- Para hacer emerger toda la riqueza emotiva que hay en la persona, y poner nombre a lo que se siente o encuentra en uno mismo.
- Para descubrir lo que se experimenta al sentirse en consonancia o disonancia entre lo que se siente y vive y lo que de más profundo hay en uno mismo.
Iluminados en todo esto por la palabra de Dios que se ha de meditar. Poniendo en el centro la capacidad de escucha y la misma afectividad de la persona, sin tener miedo incluso al silencio. Y todo ello formando parte del camino de maduración personal.
– INTERPRETAR
- Es decir, comprender a qué está llamando el Espíritu de Dios a través de lo que suscita en cada uno.
- Y dado que es muy delicado interpretar e interpretarse, se requiere paciencia, vigilancia y cierto conocimiento. Requiere ser muy consciente de que existen condicionantes sociales y psicológicos.
- Será necesario confrontarse con la realidad y la propia vida, y al mismo tiempo no contentarse con lo mínimo, no tender solamente a lo fácil. Se deberán valorar los propios dones y las propias posibilidades.
- Y naturalmente esta tarea de interpretación no podrá desarrollarse en un creyente, un cristiano, sin que se den las condiciones siguientes:
- Cultivar un verdadero diálogo con el Señor (como el diálogo que tuvo la samaritana con Jesús).
- Activar todas las capacidades de la persona, para no ser indiferente ante lo que acontece, lo que se vive (como la resonancia que tuvo en el corazón de esta mujer de Samaría el diálogo con Jesús).
- Dejarse ayudar por una persona experta en la escucha del Espíritu (en nuestro pasaje evangélico era Jesús mismo quien guiaba a la samaritana).
– ELEGIR
Cuando se llega al momento en el que la persona, el joven, los esposos, la familia —si el discernimiento se hace en el ámbito familiar—, tiene que enfrentarse a la toma de decisiones haciendo un ejercicio de auténtica libertad y responsabilidad personal o comunitaria, según los casos.
La samaritana tuvo que elegir interiormente entre ignorar a Jesús y seguir con su vida como si nada hubiera acontecido en ese encuentro, o decididamente dejarse sorprender por Él e involucrarse, hasta el punto de llamar a su gente y comunicarles su conmoción porque aquel hombre había llegado hondamente a su interior.
- La elección que se hace en el discernimiento, a la luz del Espíritu, muchísimas veces produce en la persona una gran libertad, al mismo tiempo que le exige coherencia de vida.
- Y por eso, ayudar a cada persona, muy particularmente a los jóvenes, a que puedan tomar decisiones en su vida que sean realmente libres y responsables, es el punto de llegada de todo proceso correcto de discernimiento en el camino de la fe y del crecimiento personal (y en toda pastoral vocacional que se pueda pensar).
El discernimiento es, nos dice el Papa Francisco, “el instrumento principal que permite salvaguardar el espacio inviolable de la conciencia, sin pretender sustituirla”, justamente porque “somos llamados a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas”, siguiendo el ejemplo de Jesús quien, en el diálogo con la mujer samaritana, la acompaña en el viaje de camino hacia su propia verdad e interioridad.
El gusto y el sentido de la vida lo dan la experiencia del amor y la capacidad de servir
(Mariola López)
Hagas lo que hagas, lo que te hace sentir más vivo… ahí es donde está Dios
(San Ignacio de Loyola)
Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo
(Miguel Delibes)