Ya hace unas semanas que llegó la primavera, incansable, con su frescor, con el canto de las aves, con los brotes de las plantas y el aroma de sus flores. Ninguno de nosotros la fue a buscar, pero ahí está. Incluso con nuestra dejadez por el planeta, está ahí. Nadie llamó a las abejas, ni pidió al sol que elevase cada día un poco más su recorrido diario por el cielo. Un nuevo el regalo de Dios que llega sin necesitar de nuestros brazos.
Y junto a la primavera y a su primera luna llena nos llega la Pascua del Señor. Otro regalo, el definitivo, fruto de la entrega total de Jesucristo en un derroche de Amor por los que fueron, por los que somos y por los que vendrán. Su Resurrección nos salva del egoísmo y del mal con el que convivimos. Pero para ello hace falta que digamos Sí. Que aceptemos ese amor con la mente, con cada uno de los poros de nuestra piel y también con nuestras manos.
Porque la diferencia entre la primavera y la Pascua es justamente esa. La primera no necesita de ti ni de mi para hacerse presente y plena. Con la sincronía de su creador resplandece hasta en los rincones donde la mirada humana no llega. La Pascua de Cristo queda incompleta sin ti y sin mi si no multiplicamos ese amor a nuestro alrededor, si pasamos por la vida como usuarios, con la monotonía del que nada nuevo tiene que aportar, del que vive porque le ha tocado vivir.
El Reino, ya presente, necesita del entusiasmo Pascual de cada uno de nosotros; de sonrisas y abrazos sinceros, de acogida al que me necesita, de compartir lo que acumulo con el que no tiene lo imprescindible para vivir, de una mirada solidaria a mi alrededor rastreando necesidades e injusticias, de actuaciones personales comprometidas con el planeta, nuestra única casa.
Esta es nuestra misión como iglesia: anunciar con la vida el poder transformador del Reino de Dios. Hagámoslo desde el entusiasmo y desde la serenidad que nos da la nuestra vida interior en presencia de Dios.
Y cuando el tiempo de Pascua acabe, y llegue el verano, incluso en tiempo de adviento y en cuaresma debe seguir siendo Pascua en tu mente, en tus labios, en tus manos y en tu corazón, porque Cristo es la Pascua para siempre.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
La revolución siguiente de la Iglesia es la del amor (Juan José Omella)