Isabel Pérez Sanz, fma

Queridos hermanos:

En esta realidad incierta, hemos experimentado la fragilidad y la vulnerabilidad y con frecuencia ponemos nuestra confianza en la ciencia y en los medios sanitarios. Una realidad es evidente en nuestro mundo: queremos resolver todo sin Dios. Es verdad que muchas personas buscan a Jesús y no lo encuentran; parece que se ha ido, que nos ha olvidado. Pero Él está, se nos muestra, se hace el encontradizo. Como lo hizo después de la Resurrección y nos sugiere lo que tenemos que oír, pensar y vivir, aunque no siempre coincida con los que nosotros queremos.

Se puede seguir a Jesús por muchos motivos, al principio, quizá tengamos mucho entusiasmo y muchas «gratificaciones» y eso está bien, porque triste y penoso sería comenzar un camino sin alegría. Unos días serán de luz radiante y otros serán días de oscuridad. Tendremos momentos para «cargar las pilas», acumular energía, para afrontar los días de mayor dificultad.

Y al hilo de esto, la Palabra de Dios de estos días me recuerda: “El que cree tiene vida eterna” (Jn. 6,47). ¿nos lo creemos de verdad? ¿La fe en Jesús derriba los miedos frente a la incertidumbre y la inseguridad? Qué experiencia más fuerte y “tumbativa” debió ser la del etíope que, en el camino hacia Gaza, se encontró con Felipe. En el diálogo, mientras hacían camino, preguntó sus interrogantes sobre el texto que leía y, al explicarle el sentido de la Escritura, de aquello que se refería a Jesús, creyó y se bautizó, (cfr Act 8,26-39). Y dio nuevo sentido al camino de su vida. Seguramente ya no le importaron ni su seguridad, ni el dinero, ni su carrera profesional, sino el crecimiento personal y espiritual. Y yo me pregunto: ¿Qué testimonio o qué poder de convicción tuvo este “evangelizador?

Es «deber» de cada creyente, de cada SC, en todo momento, a tiempo y a destiempo, en la salud o en la enfermedad, ser testigos de Dios, seguir a Cristo, y manifestar nuestra “alegría”. Será la mejor manera de ser testimonio, de interpelar con nuestra vida. En el PVA 14,1 se dice: “El SC acoge el espíritu salesiano como don del Señor a la Iglesia y lo hace fructificar según su propia condición laical o ministerial. Participa de la experiencia carismática de Don Bosco, y se compromete a promover el humanismo salesiano para construir razones de esperanza y perspectivas de futuro para la persona y la sociedad”.

Aunque ahora no alcancemos a ver todas las consecuencias de lo que estamos viviendo, esta situación es una oportunidad de profundizar en la fe, de mejorar nuestra vida cristiana, de ir a lo esencial… no nos dejemos abatir por los nuevos desafíos, pueden ser oportunidades de crecimiento en nuestra identidad, si los afrontamos con la pasión del da mihi animas cetera tolle.

Se ha repetido muchas veces “el miedo paraliza, la confianza multiplica las energías” y nos hace capaces de buscar juntos como asociación respuestas concretas para nuestro entorno y para “más allá”. María Auxiliadora, la de los tiempos difíciles, está con nosotros.