Isabel Pérez Sanz
Durante el verano hemos estado muy pendientes de París 2024. Los Juegos Olímpicos, “han movido” a los mejores deportistas del mundo, y se les reconoce como testigos de esperanza, paz y cooperación internacional a través del deporte.
El deporte es sinónimo de superación, de traspasar los límites para poder llevar el cuerpo un poco más allá de lo establecido. Y eso es lo que han logrado numerosos deportistas: superar barreras que parecían infranqueables, alcanzando nuevos récords.
La ONU asegura que “el deporte tiene el poder de cambiar el mundo e históricamente ha desempeñado un papel importante en todas las sociedades”, e incluso lo describe como “un derecho fundamental y una herramienta poderosa para fortalecer los lazos sociales y promover el desarrollo sostenible, la paz, el bienestar, la solidaridad y el respeto”.
Algunos objetos específicos tienen un significado, hasta ser reconocidos por todos como verdaderos símbolos:
- la bandera olímpica, con sus 5 aros interconectados, expresa la unidad de los atletas de todo el mundo, sin importar nacionalidad, raza, religión o idioma, unidos en la competición deportiva y el espíritu olímpico.
- La antorcha olímpica ha transmitido la luz y la energía del fuego por donde ha pasado hasta llegar al pebetero que, encendido, es presencia del fuego que arde, de la luz y el calor de la competición.
San Pablo, corredor de fondo en la vida cristiana, conocía los juegos olímpicos. En sus cartas, ilustra una verdad de nuestra espiritualidad. Escribe a los cristianos de Filipos:
“Todo lo que para mí era ganancia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todo lo considero pérdida comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo e incorporarme a él… No es que ya lo haya conseguido o que sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo… Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús”. (Filipenses 3, 7-14)
Los SSCC iniciamos este nuevo curso, con ilusión y esperanza, con la conciencia de haber sido LLAMAdos, a ser luz de vida, a ser LLAMA, siendo calor al fuego del Espíritu que reconforte a los más necesitados. Llamados a construir fraternidad en la propia Asociación, a seguir al Señor Jesús con estilo salesiano.
Podemos preguntarnos: ¿Hasta qué punto he dejado entrar a Jesús en mi vida? ¿Es realmente la “única ganancia” para mí? ¿Encuentro sentido en Él para superar las dificultades? Los hermanos SSCC ¿me ayudan a vivir siendo LUZ? ¿Procuro ser LUZ para ellos?
Recuerda: en tu carrera hacia la meta, te acompañan unos testigos formidables: María, la Auxiliadora y nuestros santos.
Os deseo una feliz y fecunda carrera 2024-2025.