Boletín 352, marzo de 1995

Transcribimos el artículo publicado en la página 24 de nuestro boletín de marzo de 1995 en la sección «Cuando los cooperadores escriben» donde Rogelio Sánchez, del centro local de Plaza de Castilla donde nos cuenta su experiencia ese año con su familia en Juvenalia.

Estas Navidades, como es casi obligado en todas las Navidades, con Mercedes, mi mujer, y mis dos hijos, Mercedes y Jesús, nos calzamos nuestras zapatillas deportivas y nos dispusimos a disfrutar de una jornada de bullicio, colas y alegría en Juvenalia (la feria de actividades recreativas y de tiempo libre para niños y jóvenes).


En un macrorecinto dedicado a diversas actividades, descubrimos en el escenario a un grupo de africanos que enseñaban a niños, jóvenes y mayores a “mover el esqueleto” al ritmo de las danzas típicas de su país y allí recordamos nuestros inolvidables días pasados en Guinea; Jesús, nuestro hijo, terminó subiendo a bailar, mientras yo me dedicaba a visitar los diferentes recintos allí representados: en un lugar, “Manos Unidas”; en otro, juegos tradicionales africanos; y “Médicos sin fronteras” y otros que organizaban actividades de tiempo libre… De repente, al fondo y sobre las cabezas de cientos de personas leo: “DON BOSCO”; rápidamente, fui en busca de mi familia y nos acercamos a lo último que podía imaginar. Pero, claro, ¿Dónde iba a estar mejor Don Bosco que en una “feria” tan grande y con miles de muchachos y jóvenes?

En un primer recinto, varios jóvenes pintaban la cara a los niños; entre la multitud pude reconocer a una salesiana que sudaba, con las manos llenas de cera, pintando una cara de payaso: eran los miembros de la Asociación de Centros Juveniles Salesianos.

En el recinto contiguo, unas guitarras y altavoces animaban el cotarro. “¡Pero bueno! ¿Y esto?”. No podíamos salir de nuestro asombro: eran los Cooperadores, animadores y jóvenes del Centro Juvenil “Don Bosco” del Barrio del Pilar, que precisamente, esa tarde atendían a los jóvenes en los dos “stands”. Inmediatamente nos pusimos a colaborar: Mercedes, a mancharse las manos y yo, a hacer un poco el ganso; y cuando ya no pude más (uno ya no es tan joven…), al menos me dediqué a traer agua para las gargantas de los cantores. Entre todos los que estaban allí hicieron que los niños y menos niños presentes lo pasáramos genial. […]

Mirándoles, reflexioné que también ellos habían colaborado a que el lema de Juvenalia’94 (Diferentes pero iguales) fuera una realidad. Pero que no era menos cierto que esos cinco o seis jóvenes que estaban arriba, rodeados de chiquillería, eran “iguales, pero diferentes”. Y comprendí mucho mejor eso del “corazón oratoriano”.

Señor; haz que mi fe sea gozosa, laboriosa, humilde
(San Pablo VI)