Eusebio Martínez Aguado

Ven, Espíritu Santo, muéstranos tu hermosura
reflejada en todos los pueblos de la tierra,
para descubrir que todos son importantes,
que todos son necesarios, que son rostros diferentes
de la misma humanidad que amas. Amén.

Con esta preciosa oración finaliza el papa Francisco su carta encíclica «Fratelli tutti» sobre la fraternidad y la amistad social. La oración hace referencia a la hermosura; y el lugar donde se encuentra dicha hermosura juega entre el «todos los pueblos» y la «misma humanidad». Se trata de una llamada a caminar juntos, a hacer sínodo, compartiendo ideas y experiencias desde las distintas realidades con el fin de enriquecernos todos y hacer crecer la humanidad.

Una de las constataciones que se hace más evidente, según va avanzando la vida, es que todo lo que sabe a individualismo y autoreferencialidad es camino seguro hacia el fracaso personal y social; y, al mismo tiempo, todo lo que se relaciona con unión, apoyo, sínodo… edifica siempre un mundo mejor.

Estamos en tiempo de sinodalidad; no es moda; es constatación de vida que se convierte en espacio importante de discernimiento: es cuestión de estar eligiendo en el devenir de cada día: o unidos caminando hacia la vida; o enfrentados caminando hacia la muerte. Es una grave responsabilidad.

Con frecuencia al reconocer nuestra propia identidad, nos ponemos delante de nuestro ser “Familia Salesiana”; seguro que después de ese reconocimiento, hay una acción de gracias por el don recibido de pertenecer a esa familia. Esta Familia Salesiana de Don Bosco es una comunidad carismática y espiritual formada por diferentes Grupos, instituidos y reconocidos oficialmente, unidos por relaciones de parentesco espiritual y de afinidad apostólica.

No pongamos sordina a la llamada de Dios que nos convoca, desde el inicio del día hasta las sombras finales de la noche, a la alegría y la hermosura de la escucha, del abrazo, de la unión, de la fraternidad. Vivir todo esto es caminar en la línea de sinodalidad a la que el papa nos convoca continuamente. Somos ¡nada menos!, la familia de Dios convocada en torno a un mismo Señor.

Por todo esto, ¡y más!, escuchemos al Espíritu que sopla con aires de sinodalidad.