Mónica Domingo Martínez
Desde el mes de junio hasta ahora, unos seis meses aproximadamente, hay una imagen que me va acompañando y, sin casi darme cuenta, va marcando mi camino, mi día a día. Lo que sigue a continuación es mi simple reflexión personal que me gustará compartir con todos los que sintáis curiosidad por seguir leyendo.
La finalidad no es otra que la de compartir y que además os puede ser útil para cualquier momento. Si es así bienvenida sea.
Esta imagen es la de un árbol.
Muchos de vosotros ya sabéis que soy maestra de niños pequeños. Cuando vamos de excursión con mis alumnos hablamos de los árboles. A ellos les explico las partes que estos tienen.
Siempre empezamos por la parte más profunda: las raíces. Estas son aquello que me sustenta, que me clava los pies en el suelo, que me ayuda a no perder mi realidad de vista. ¿Cuáles son tus raíces?
A estas le sigue el tronco. A menudo recto, firme. A veces grueso, a veces delgado. Pero siempre fuerte. Partirlo, romperlo es, a menudo, difícil. Pero también es cierto que vivimos, que vivo, unos momentos en los que mi tronco es frágil e incluso fácil de doblar. Aún así, mis raíces siguen ahí ¿Cuáles son tus fragilidades?
En el mismo tronco aparecen nudos, momentos en los que mi crecimiento se ve entorpecido. Pero el tronco casi ni se resiente. ¿Existen nudos en tu vida?
Si seguimos, llegamos a las ramas. Para mí, todas aquellas personas, situaciones que están en mi camino, unidas al tronco. Algunas son fuertes, inamovibles, difíciles de doblar, a pesar de que sople el viento y viva momentos que me hacen temblar. ¿Puedes identificar tus ramas?
Pero ahí no acaba el árbol. Existen las ramitas y las ramillas. Estas cada vez se van alejando más del tronco, pero aún siguen atadas al mismo. Sabemos que están ahí. A veces son tan delgadas y tan frágiles que cualquier brisa las rompe y se pierden por el camino. ¿Recuerdas alguna ramilla que se haya perdido en tu camino?
También puede pasar que, aunque exista una soplo de aire y estas ramillas sean frágiles, nunca se pierdan; siguen allí imperturbables. ¿Se te ocurre algún nombre?
Mis alumnos ahora me dirían: “¡Seño! ¿y las hojas? No nos has dicho nada…”. Es verdad… las hojas son múltiples, de mil formas, colores, tamaños, especies.
Las hojas se mueven. Algunas caen rápidamente, otras penden de su pedúnculo. Hay árboles que se quedan desnudos, sin hojas. A veces estos árboles me provocan tristeza, añoranza de aquello que tuve y ya no tengo. Pero es verdad que, con el paso del tiempo, esta imagen se transforma, y el árbol vuelve a ser frondoso, verde, esperanzador. ¿Has vivido alguna época así?
En cambio, existen árboles que siempre se mantienen frondosos, verdes, repletos de hojas. Es verdad que estos también las pierden, pero en su copa no se refleja esta sensación de tristeza, añoranza, vacío. Me gustaría vivir, de manera permanente, este momento de esplendor, de esperanza. ¿Tú lo consigues?
Mi árbol, como todos los demás, necesitan agua, sales minerales, luz… Y están a mí alrededor: personas que siempre están ahí, activas, en silencio, presentes, cercanas, pendientes… Seguro que en estos momentos en tu cabeza hay un montón de nombres.
Feliz mes. Un abrazo.
Asumir el miedo es no esconderlo; solamente así podremos vencerlo
(Robert Pirsing)