Eusebio Martínez Aguado
Una forma de hacer provechosa nuestra vida es proceder como hacemos para mantener de una manera digna nuestra estancia, habitación, despacho: higiene.
La higiene se coloca en la perspectiva inteligente de una dinámica de lo positivo: cuidar, adecentar, ordenar. Lo contrario es la dinámica de lo negativo: dejadez que acumula negatividad. Hay una higiene de la mente: se trata de abrir la puerta solo a las ideas que construyen. Y hay una higiene del corazón: abrir la puerta solo a lo que ensancha.
Con frecuencia en nuestras conversaciones aparecen expresiones que se acercan más al desánimo que a la esperanza. De alguna manera esta postura, un tanto tristona, tiene cierta explicación: pandemia, guerras…
Llegados a este momento, a todos se nos pide tomar postura ascendente: humanamente optimista; cristianamente de esperanza. La constatación de lo negativo no justifica las actitudes derrotistas.
Para poder hacer frente de una manera digna a esta situación es importante desarrollar la fortaleza. Es de agradecer, ¡y mucho!, ver personas que en medio de la borrasca dan serenidad; en medio de la debilidad saltan al pedestal de la fortaleza. Estas personas existen y son un verdadero tesoro. Lo que pasa es que a veces están un tanto escondidas. “Agradezcamos al Señor por estos cristianos que tienen una santidad escondida; que tienen el Espíritu dentro que los lleva adelante” (Papa Francisco).
El artículo 32 del PVA/E habla del significado de la promesa del salesiano cooperador; y finaliza de esta forma: “Dame, Padre, la fuerza de tu Espíritu para que sepa ser testigo fiel a este propósito de vida”. Al Salesiano Cooperador se le pide ser portador de serenidad… de esperanza. Y para ello invoca la fuerza del Espíritu Santo. El Papa Francisco tiene unas catequesis sencillas y profundas sobre los dones del Espíritu Santo.
El 14 de mayo de 2014 habló sobre la fortaleza. Termina su catequesis de esta manera: “Queridos amigos, a veces podemos sufrir la tentación de dejarnos llevar por la pereza, o peor, por el desaliento, especialmente delante de las fatigas y de las pruebas de la vida. En estos casos no nos desanimemos, sino que invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza pueda aliviar a nuestro corazón y comunicar una nueva fuerza y entusiasmo a nuestra vida y a nuestro seguir a Jesús”.
A mi solo me queda hacer caso al Papa Francisco; hacer una higiene mental y cordial para que el Espíritu Santo habite en plenitud en nuestras vidas. Así, tan sencillamente, habrá salesianos cooperadores que dan ánimo en tiempo de desánimo.