Boletín 317, septiembre-octubre 1990
Transcribimos el artículo publicado en nuestro boletín número 324 de junio de 1991 en la editorial.
“El día de mi ordenación (5 de Junio de 1841) era vigilia de la Santísima Trinidad. Celebré la primera misa en la Iglesia de San Francisco de Asís, aneja al Colegio Eclesiástico, del que era director de estudios José Cafaso.
Me esperaban ansiosamente en mi pueblo, en donde hacía muchos años que no se había celebrado primera misa alguna. Pero preferí celebrarla en Turín, sin ruido ni distracciones, y puedo decir que ese día fue el más hermoso de mi vida.
En el Memento de aquella inolvidable misa procuré recordar devotamente a todos mis profesores, bienhechores espirituales y temporales. Y, de modo más señalado a don Juan Calosso, al que siempre recordé como grande e insigne bienhechor.
El lunes fui a celebrar a la iglesia de la Santísima Virgen de la Consolación, para agradecer a la Virgen los innumerables favores que me había obtenido de su divino Hijo Jesús. El martes fui a Chieri, y celebré la misa en Santo Domingo, en donde todavía vivía mi antiguo profesor, el padre Giusiana, que me atendió con afecto paternal…
El jueves, solemnidad del Corpus Christi, contenté a mis paisanos. Canté la misa y presidí la procesión. El párroco invitó a comer a mis parientes, al clero y a los principales del lugar. Todos tomaron parte de aquella alegría, ya que yo era muy querido de mis paisanos, y cada uno de ellos se alegraba con cuanto pudiera constituir un bien para mí.
Por la noche volví, finalmente, a mi casa.
Pero cuando estuve próximo a ella y contemplé el lugar del sueño que tuve alrededor de los nueve años, no pude contener las lágrimas y exclamé: ¡Cuán maravillosos son los designios de la divina Providencia! Verdaderamente es Dios quien sacó de la tierra a un pobre chiquillo “para colocarlo entre los primeros de su pueblo”…
(Juan Bosco, Memorias del Oratorio, págs… 101 – 102)
Lemoyne oyó decir varias veces a Don Bosco, conmovido, que su madre, Mamá Margarita, cuando estuvo a solas con él en Becchi, después de su misa en Castelnuovo, le dijo: “Ya eres sacerdote: ya dices misa; en adelante, estarás más cerca de Jesús. Pero acuérdate que empezar a decir misa quiere decir empezar a sufrir. No te darás cuenta en seguida; pero poco a poco, verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy segura de que cada día rezarás por mí, esté viva o muerta. Esto me basta. Tú, de hoy en adelante, piensa sólo en la salvación de las almas y no pienses en mi”
(MB I, página 414).
Tanto la oración como la liturgia, las manifestaciones más típicas del culto cristiano,
son esencialmente una relación interpersonal seria con Dios
(Luis Fernando Álvarez)