Eusebio Martínez Aguado

Seguimos celebrando los 400 años de la muerte de San Francisco de Sales. Uno de los mensajes que más han calado a lo largo de estos años ha sido: la universal vocación a la santidad.

Don Bosco, atento siempre a la educación de los jóvenes, entendió que la propuesta de santidad para todos era también propuesta para los jóvenes. La historia le ha dado la razón:

Santidad compartida: El 22 de abril de 1996 termina en Turín, con íntima satisfacción de todos, el primer paso en el camino para reconocer oficialmente la santidad de Margarita, madre de san Juan Bosco. Ello nos hace pensar, bajo un aspecto particular, en la santidad que se vivió en Valdocco.

Algunos de los que compartieron la vida de la primera comunidad salesiana han sido reconocidos por la Iglesia como testigos de santidad. Lo cual dice que en Valdocco se respiraba un clima particular: la santidad era construida por todos, se compartía y se comunicaba recíprocamente, tanto que es imposible explicar la santidad de uno sin la de los demás. La meta de una formación en común, que san Juan Bosco, la Iglesia y, sobre todo, los jóvenes de hoy esperan de la familia salesiana, es el regalo de nuestra santidad personal, de la comunidad educativo-pastoral y de la Familia Salesiana: una santidad compartida (Cf. 24 CG de SDB).

A nosotros nos queda el reto de “seguir dando la razón a Don Bosco” en la propuesta de santidad a los jóvenes de hoy seguros de que, si tenemos presente el contenido y la forma de educar de Don Bosco, el resultado de santidad será una realidad gozosa.

Una advertencia: Don Bosco, el que impulsa una escuela de santidad, es San Juan Bosco. Una fecha que brilla especialmente en el horizonte salesiano es el 1 de abril de 1934: canonización de Don Bosco en el día de Pascua.

Solo Dios es santo. “Para nosotros la santidad no es más que la misma vida de Dios injertada en lo más íntimo de nuestra existencia. Somos santos por lo que en nosotros hay de Dios” (E. Viganó).

Una pista de santidad salesiana: servir al Señor con alegría. Aquello de “nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres” es fruto especial de la presencia activa del Espíritu Santo.

Una vez más aparece la maestra del sueño: “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”.

De verdad; yo me lo creo: Ya queda menos… ¡para ser santos!, pues de alguna manera todos, como Juanito en el sueño, sentimos la mano de Ella, la maestra, sobre la cabeza y escuchamos con profunda emoción: “a su tiempo lo comprenderás todo”.

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