Benigno Palacios Plaza
“Era una escena llena de vida, movimiento y alegría. Quien corría, quien saltaba, quien hacía saltar a los demás; quien jugaba a la rana, quien, a bandera, quien a la pelota. En un sitio había reunido un corrillo de muchachos pendientes de los labios de un sacerdote que les contaba una historia; en otro lado había un clérigo con otro grupo jugando al burro vuela o a los oficios. Se cantaba, se reía por todas partes. Se notaba que entre jóvenes y superiores reinaban la mayor cordialidad y la confianza”.
Seguro que te suena esta escena. Igual la conoces perfectamente o, incluso, has vivido fuertemente esta experiencia: Un lugar de gran apertura, donde jugar, donde simplemente estar, donde sentirse a gusto e, incluso, donde establecer relaciones casuales que, con el roce y el cariño, se convierten en profundas.
¿Te lo imaginas? Suena muy bien. Nos trae recuerdos increíbles que podrían llenar páginas y páginas de texto.
Si cierras los ojos, posiblemente, lo escuches e, incluso, notes su fragancia.
Haz memoria y detente un rato a preguntarte: ¿Qué encontraste, descubriste y aprendiste en ese lugar? ¿Qué aprendiste de ti mismo? ¿Cómo notabas ese amor, incondicional y sin restricciones, con el que Él te llevaba de la mano?
Una persona como tú ha aprendido a creer en el valor de la vida, de la gratuidad, de la fraternidad y de la cercanía. Disfrutas de las alegrías cotidianas y las compartes con los que te rodean. ¿Cuánto de todo esto lo empezaste a construir o, más aún, lo solidificaste en aquella oportunidad?
¿Ya le pones nombre? Ese lugar, tiempo, oportunidad era el patio salesiano. Ese lugar nos ha visto crecer y nos ha educado. Ese tiempo nos ha permitido descubrir personas que se han convertido en grandes amigos. Es en ese sitio donde hemos tenido la oportunidad de jugar, reír, rezar y cantar. Es un espacio de grandes aventuras y que hemos desgastado no por golpes, sino con amor.
Querido hermano, ¿y si, ahora, el Patio lo encarnas tú para los jóvenes con los que convives?
Uno de los mensajes que más repite el actual Papa, Francisco, es que los jóvenes son el lugar evangélico donde los adultos podemos encontrar a Dios. A ese Dios, golpeado y herido, necesitado de ayuda y de una palabra amable de alguien que la pueda dar.
Entonces, no veo nada descabellado que nosotros nos propongamos ser ese lugar evangélico, el Patio, donde ellos encuentren a la auténtica humanidad. Esa humanidad que permite a los demás aprender a creer en el valor de la vida, de la gratuidad, de la fraternidad y de la cercanía. Aprender a disfrutar de las alegrías cotidianas y las compartirlas.
Como comunidades abiertas a los jóvenes y a todos los que se nos acercan, los Salesianos Cooperadores, casi que tenemos la obligación moral de ser ese Patio. ¿Qué te parece la idea? ¿Te apuntas?
Hoy y siempre, don Bosco te sigue invitando a aceptar ese reto: sé PATIO para los que te rodean.
La verdadera comprensión y la genuina compasión deben significar amor a la persona, a su verdadero bien, a su libertad auténtica
(San Juan Pablo II)