Isabel Pérez Sanz
Queridos hermanos:
Después de un verano “distinto” a cuantos habíamos vivido, unos SSCC han gozado de días de ejercicios, otros han colaborado en actividades con niños y jóvenes vulnerables, todos compartiendo en familia espacios de diálogo y encuentro, de contemplación, lectura y convivencia. Eso sí, todos con la confianza puesta en el Dios que nos acompaña y da vida.
Tenemos ante nosotros un nuevo curso por estrenar, un reto que viviremos en novedad continua. Conscientes de que con nuestras acciones diarias y a través de los pequeños gestos de cercanía somos constructores de la “nueva humanidad”, porque en medio de la situación creada por la pandemia, seguimos cuidando la vida, poniendo el corazón en todo lo que vivimos y hacemos.
Y la vida, como SSCC, la cuidamos viviendo con coherencia los compromisos que cada uno, personal y libremente, ha asumido en su centro local y con gran sentido de pertenencia al mismo. Releyendo el art.28 del PVA recordamos: “Los SSCC son conscientes de que la pertenencia a la Asociación alimenta la experiencia de fe y de comunión eclesial. Es, además, un elemento vital para la base de la propia vocación apostólica. La pertenencia necesita signos concretos que se expresan en la participación en la vida de la Asociación como en la presencia adecuada a la realidad de la vida y en el compromiso profesional del asociado”.
Y me pregunto ¿cómo quiero alimentar este sentido de pertenencia?, ¿fortalece mi fe y la comunión con la Iglesia?, ¿con qué signos expreso que soy familia, que pertenezco a un centro, a una asociación que quiere vivir como “iglesia en salida”?
El Señor nos sigue llamando a cada uno con la misma fuerza, con la misma ilusión, con los mismos detalles, con los que llamó a los apóstoles, todos distintos, todos singulares y, sin embargo, todos tan queridos por Él. Así en la Asociación de SSCC, Dios no nos ha llamado en serie, ni quiere respuestas en serie. Cada uno con su propia voz, con un estilo original, con una respuesta de amor personal, vivimos su llamada en corresponsabilidad y misión compartida con los hermanos del centro local. Teniendo claro que cada uno vamos hacia Dios por el camino de la singularidad, desde la realidad personal de edad, de capacidad y situación. Y con la certeza de que “lo yo no haga, quedará sin hacer y nadie lo hará por mí”.
Hermanos, “somos enviados por el Espíritu” a ser mensajeros y testigos de paz en el hoy. En este mundo de continua crispación, la paz es un don que hemos de buscar con paciencia y construir “artesanalmente” mediante pequeños y grandes gestos en nuestra vida cotidiana” (Francisco, 24-05-2014).
Vivamos, con María y como María, esta página de la historia, interiorizando las etapas de su vida vividas en fidelidad a las llamadas de Dios, redescubriendo su actitud de esperanza y de paz. Ella sea nuestra madre y maestra