Rafael Villar Liñán

Hasta ahora he estado hablando de cómo nos comportamos en las redes. Pero en estos tiempos de cuarentena, ahora que dependemos tanto de las herramientas tecnológicas, aprovecho para pasar a la siguiente etapa y hacer una reflexión sobre cómo hacemos llegar nuestro mensaje.

En primer lugar, seamos conscientes de todos los medios que tenemos hoy a nuestro alcance. Aprovechémoslos para, como nos pide el papa Francisco, vivir la evangelización en clave de encuentro. Estemos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros. Tendamos puentes que nos permitan no solo dar, sino también recibir de los otros.

Buenafuente Del Sistal

Consideremos ahora que el mensaje evangélico se transmite a través de micro relatos construidos en base a los testimonios y las experiencias (a ver si no qué es una parábola). Sumemos ahora que hoy en día es más fácil comunicar utilizando imágenes directas que, acompañadas de unas pocas palabras, transmiten grandes ideas. Parece entonces que estemos en un momento idóneo para transmitir nuestros valores.

Sin embargo, hay algunos riesgos en los que no debemos caer: la fugacidad, el cansancio y el reduccionismo.

En muchas ocasiones nos dejamos llevar por la inmediatez de algunas campañas. Queremos responder “ya” antes de que pase la oportunidad, porque mañana se hablará de otras cosas. Como dice el jesuita Julio Martínez en su libro “La cultura del encuentro”, el tiempo es superior al espacio. No debemos dejarnos llevar por fogonazos efímeros que no dejan huella, sino por los procesos que generan dinamismos duraderos. Lo importante es el largo plazo y el poso que deja nuestro mensaje. En definitiva, lo importante es el proceso que nos lleva a Jesús.

En la cuarentena hemos visto cómo se han multiplicado las opciones, llegamos a estar desbordados con tantas iniciativas que no sabemos a cuál atender. Se corre el riesgo de que la continua no digestión de tantos materiales, junto a la naturaleza inacabable y virtualmente instantánea, provoque dispersión y extraversión de la conciencia. Aquí se hace necesaria por tanto una buena selección. Asumir que no se puede atender a todo y elegir bien cuáles serán las pocas fuentes de las que beberemos.

Por último, la cultura mediática con la que iniciaba, favorece la prevalencia de la realidad sobre la idea, anteponiendo la capacidad comunicativa de la imagen. Cierto es que podemos acudir a historias o rostros concretos para transmitir un mensaje. Pero una simplicidad mal escogida puede llevarnos a la manipulación o a la ocultación de la realidad. O lo que es peor, podemos caer en el embrujo de la capacidad de impacto de esos mismos recursos para terminar “declinando en reduccionismos cosméticos o retóricos” (EG 232) o “degenerando en intimismos y gnosticismos” (EG 233)

Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo.
(Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, Papa Francisco)