Joaquín Torres Campos

Todavía hoy en día encontramos en España varones que lleven el nombre de Félix. Por el contrario, mujeres que se llamen Felisa ya van siendo menos. Y son ya muchísimos menos los que optan por nombrar a sus hijos con nombres como Macario, Fortunato, Beato, Eutiquio, Eustaquio o Buenaventura; o a sus hijas con las variantes femeninas. Provenientes del latín o del griego, todos atienden al significado de “felices, dichosos, afortunados”. Últimamente, sí aparecen algunos niños con el nombre de Aser, aunque dudo que sus padres lo elijan porque en hebreo significa ‘feliz’, o porque se parece al vasco Asier -con el significado de inicio, principio-.

Encontramos en la Biblia un género literario simpático, el denominado macarismo, fórmula con la que se estiman felices y se alaba a personas por motivos concretos. El núcleo del mensaje de Jesús es, precisamente, un conjunto de preciosos -y exigentes- macarismos. Si escucháramos proclamar las bienaventuranzas en el original griego de los evangelios, resonaría en nuestros oídos machaconamente algo parecido a: Makarioi los pobres, makarioi los mansos, makarioi los misericordiosos… Sencillamente, Jesús llama a sus seguidores felices, dichosos, bienaventurados. Lo somos ya, aunque no lo reconoceremos hasta más adelante.

El anhelo de felicidad palpita en todo ser humano. La vida y la acción pastoral de Don Bosco se pueden resumir en el deseo ferviente de que sus muchachos fueran felices -siempre- aquí y en la eternidad.

Enlazando la inquietud expresada por Don Bosco en la carta de Roma con el mandato de la Virgen en su sueño de los nueve años, nuestro proyecto trienal ha escogido como lema: LLAMADOS A SER FELICES. Apuntamos a lo más granado del mensaje apostólico de Don Bosco y nos centramos en el corazón del Evangelio. Inspirándonos en nuestro fundador, escogemos como proyecto el programa de vida de las bienaventuranzas.

Para sabernos, en verdad, llamados a ser felices, nuestro oído y nuestro ser entero debe prestarse a escuchar que Jesús ya nos llama felices, cada día nos llama felices. Al ser pobre, al ser manso, al ser misericordioso, Jesús me susurra: ¡Feliz! Al ser limpio de corazón, al buscar y luchar por la paz, al tener hambre y sed de justicia, Jesús me dice: ¡Feliz! Al llorar, al sentirme perseguido, injuriado, menospreciado, a causa del Evangelio, Jesús grita en mi interior: ¡Feliz!

Recordamos con humor la frase famosa del popular muñeco Macario: ¡Qué contento estoy! Llamándonos por un nombre u otro, que esa frase sea realidad gozosa de la vivencia evangélica de cada día: Makarioi, makarioi, makarioi…