Los salesianos cooperadores son en realidad la primera rama fundada por Don Bosco de la Familia Salesiana. Nace de la necesidad que tiene Don Bosco de obtener cooperadores para sacar adelante su sueño de brindar al muchacho abandonado, obrero, huérfano o en cualquier situación de riesgo, su ideal del sistema preventivo.
La obra de Don Bosco nace en 1841 cuando el joven sacerdote de origen campesino se da cuenta de la realidad escabroza de los muchachos pobres de una Turín que comienza a vivir a plenitud su propia revolución industrial. Frente a este contexto, Don Bosco renuncia a la posibilidad de ganarse la vida como sacerdote al servicio de la oligarquía o de la naciente clase burguesa de la ciudad y prefiere abrir espacios para el desarrollo y formación de los muchachos que nadie cuidaba. Es así como nace su experiencia de oratorio, la cual genera el desdén de gran parte de la sociedad de su tiempo y de muchos miembros de la misma Iglesia que lo califican de loco.2
Pero no todos asumen una actitud de rechazo frente a la propuesta del joven sacerdote que va por las calles con muchachos obreros, huérfanos y callejeros. Muchas personas comprenden el significado de la propuesta de Don Bosco sea desde un punto religioso, sea desde un punto social. Muchos de estos visionarios de la vida de Don Bosco serían abiertos cooperadores y estarían de su lado en los momentos más difíciles. Su propia madre, Margarita Occhiena, su director espiritual, José Cafasso y posteriormente grandes personalidades de la vida social y eclesiástica no sólo del Piamonte, sino de Europa y América Latina, se inscribirían en el proyecto educativo de Don Bosco.
Por otra parte, Don Bosco inspiraría su método a la prominente figura del antiguo obispo de Annecy, san Francisco de Sales, cuyo carisma espiritual y amabilidad sellarían la experiencia educativa de Don Bosco como de tipo salesiana, es decir, bajo el patronato del santo doctor de la Iglesia.
Para Don Bosco, los salesianos cooperadores eran salesianos externos, es decir, que sin asumir los votos religiosos como lo sería para los salesianos sacerdotes, salesianos coadjutores y salesianas, vivirían a plenitud su carisma salesiano permaneciendo en la sociedad civil y llegando a aquellos sitios en donde los religiosos por su naturaleza no podrían llegar en beneficio de los jóvenes.
El alto aprecio que Don Bosco tenía por los salesianos cooperadores queda demostrado en su inclusión dentro de las Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales como parte de la Congregación, hecho este que fue rechazado por la Iglesia y que conduciría a que Don Bosco idee a los salesianos cooperadores como una rama separada. Las regulaciones de la Pía Sociedad de Cooperadores Salesianos (según el nombre original dado por el santo), fueron aprobadas el 9 de mayo de 1876 por Pío IX.
Para Don Bosco, el cooperador era otro salesiano a todo valor con la diferencia que estaba insertado en el mundo y para ser cooperador de Don Bosco el santo ponía casi las mismas exigencias que para el salesiano religioso: modestia en el vestir, frugal a la mesa, simple en el amueblamiento de su residencia, casto en el hablar y exacto en el cumplimiento de sus deberes.
El segundo momento de importancia en la historia de los salesianos cooperadores vino con el Concilio Vaticano II que ocasionó una necesidad de actualizar su organización de tal manera que se adaptara a las nuevas normas eclesiales sin perder la fidelidad al fundador. En 1986 se presentan las nuevas regulaciones de la ASC por el padre Egidio Viganó, Rector Mayor de la Congregación Salesiana.
Numerosas personalidades han llegado a ser salesianos cooperadores, entre ellas son de destacar algunos papas como Pío IX y León XIII, otros que han hecho carrera en la santidad dentro de la Iglesia Católica como Margarita Occhiena, Dorotea de Chopitea, Alejandrina Da Costa, Matilde Salem y Attillio Giordani. Otros como el padre Juan Borel, el Conde Charles Cays (después se hizo salesiano sacerdote) y el padre José Benito Cottolengo.