Cristóbal Marín Martínez e Irene Blaya Huertas
Queridos hermanos en Don Bosco:
El síndrome del nido vacío es un proceso de duelo que tarde o temprano terminan experimentando muchos padres cuando los hijos abandonan el hogar.
Empezó a llamarse así en los años 70, y refleja la transición emocional que se produce y se enfrentan los padres, cuando crecen sus hijos y llega el momento en que desean alejarse para formar su propia vida.
Este síndrome se da en la actualidad con más frecuencia de lo común, aunque a veces, se le da poca importancia y pasa desapercibido.
Como cualquier situación de separación, a unos padres les es más difícil de superarlo que a otros, por lo que puede ser necesario acudir a la ayuda de profesionales en la orientación familiar.
Desde la Pastoral Familiar, debemos ser conscientes de que tal situación se nos puede presentar en seres queridos, amigos y compañeros. Necesitamos conocer algunos recursos para poderles ayudar a salir del proceso, a quienes estén pasando por esos momentos.
Puede parecer que estos casos se da solo en padres mayores, pero es importante que los padres jóvenes, como prevención, se den cuenta de que en poco tiempo les puede suceder a ellos.
¿A causa de qué motivo se puede dar el síndrome? Según los psicólogos, los casos son consecuencia de la educación que se intenta dar a los hijos. Muchos padres se olvidan de sí mismos y hacen del cuidado del niño un proyecto de vida. Por ello, recomiendan a los padres que tengan mucho cuidado en no centrar su vida en la vida de sus hijos.
Los padres deben dedicar a los hijos el tiempo necesario, sin olvidarse de sí mismos, ni a sus amigos, ni dejar de lado por los hijos las actividades que les gustan.
El síndrome del nido vacío lo han padecido más las madres que los padres, aunque hoy día se da más como una crisis de la pareja, pues influyen otros condicionantes, como la edad, la jubilación, menopausia, perdida de seres queridos, etc.
Los síntomas que se pueden presentar, no en todos los padres, y varían en cada persona, son: tristeza, soledad y vacío, pérdida del sentido de vida, cuadros de ansiedad, malestares físicos, sentir que no se puede ser feliz sin los hijos, sensación de aburrimiento, irritabilidad, abuso de sustancias, vivir en el pasado, etc.
Las consecuencias del síndrome, aparte del golpe a nivel personal, en general, las más graves se las lleva la vida de la pareja. Después de tantos años siendo padres, vuelven a encontrarse y se tienen que centrar en la relación de pareja.
Cada caso es personal y así debe de tratarse. Unos consejos que pueden aliviar son: prepararse para el momento, vivir nuevas experiencias, sentirse felices con la independencia de los hijos, aceptar con normalidad el echarles de menos, mantener el contacto con ellos y sin reproches, mostrar las habilidades personales, potenciar la relación conyugal, adquirir nuevas amistades, viajar más, etc.
Si conoces a alguien con este síndrome y desea superarlo, ofrécele tu apoyo y escucha, sin juzgarle, que contigo pueda desahogar sus penas. Ora con él, y desde el cariño ayúdale a iniciar una etapa nueva.
Por último, en casos más complicados, acudir a los Centros de Orientación Familiar de las Diócesis.
Cuando Cristo murió, no dejó tras de sí documentos, sino discípulos
(Nicolás Gómez Dávila)