Carles Rubio

Tengo la gran alegría de compartir con vosotros que el sábado 25 de mayo fui ordenado diacono de la diócesis de Barcelona. La celebración, que tuvo lugar en la Catedral, fue presidida por el arzobispo, Cardenal Juan José Omella.

Fueron muchos los Salesianos Cooperadores de la Provincia “Mare de Déu de la Mercè”, Hijas de María Auxiliadora y Salesianos que participaron en la celebración dándome su apoyo y acompañamiento. A todas y a todos ellos les quiero expresar mi más sentido agradecimiento. Fui una fantástica expresión de comunión de vida de la Familia Salesiana en Barcelona.

Sentados en primera fila, estaban Ana, mi mujer, y mis hijos Pau, David y Jordi. Gracias a ellos he ido descubriendo la llamada del Señor a dar un paso más en el servicio, a través del ministerio ordenado.

En este camino, de crecimiento en vida espiritual, en conocimiento teológico, en experiencia pastoral y en maduración humana, la presencia activa de Ana ha sido y es fundamental. Ella es la persona con la que ahora hace casi treinta años emprendimos la aventura del matrimonio. A ella debo agradecer muy especialmente su “sí” que hace posible mi compromiso al servicio de la Iglesia diocesana de Barcelona. En palabras del Cardenal, sólo yo seré diácono, “pero ella estará presente en la misión. El Señor bendecirá su esfuerzo”.

En el transcurso de la celebración, una vez ordenado, junto con mis dos compañeros, Manuel Garrido y Rafa Cervera, fui revestido con la estola en forma diaconal y la dalmática, y recibí del cardenal Omella el libro del Evangelio para proclamarlo en las celebraciones litúrgicas. A continuación, como signo de fraternidad, recibimos el abrazo de nuestros hermanos diáconos como bienvenida en este ministerio. Momento en el que la Asamblea rompió a aplaudir expresando con ello la inmensa alegría y emoción vivida.

Una tarde maravillosa de comunión y armonía que, con la ayuda de Dios, será la puerta de entrada a la entrega generosa en el día a día de las necesidades de la comunidad eclesial, a través del servicio a la palabra, al altar y a la caridad.

Os animo a conocer más y mejor esta preciosa vocación. Para todos aquellos que os plantéis iniciar este camino os aconsejo que abráis vuestro corazón a la acción de Dios. Y, si tienes la inmensa fortuna gozar de las mieles del matrimonio, comparte con tu esposa y con tu familia el proceso. Si Él te llama encontrarás las fuerzas y el tiempo para prepararte. Y, sobre todo, cuida la oración y la comunión eclesial. Y recuerda que solo unidos a Cristo podemos dar fruto. ¡Qué María Auxiliadora nos acompañe en este peregrinar!

Un afectuoso saludo.

El mundo necesita la doctrina social de la Iglesia
(Vicente Muñoz)