Cristóbal Marín Martínez e Irene Blaya Huertas
Queridos hermanos en Don Bosco: (Por febrero, florece el romero)
Existe una leyenda, que dice que el romero debe el color de sus flores a la Sagrada Familia cuando huyó a Egipto y la Virgen María, para salvar al Niño Jesús, lo colocó sobre una cama de flores blancas, y que al levantarlo, estas se habían vuelto azules.
En la Edad Media la planta dio nombre de “romeros” a los peregrinos, que, tras las duras marchas a pie, era empleada por sus propiedades calmantes y relajantes.
En febrero, la Iglesia dedica devociones a la Sagrada Familia, porque el día 2 de febrero se celebra la presentación de Jesús en el Templo, por María y José, 40 días después de su Nacimiento. También, para honrar que Jesús quiso nacer en una familia.
Entrando en el artículo del mes, comenzamos haciendo hincapié, y no nos cansaremos de hacerlo, que la Pastoral Familiar es transversal, vertebradora e integradora, de una dimensión especial en la Iglesia, fuente de vocaciones, que en torno a ella se puede organizar toda la pastoral.
Hablar de Pastoral Familiar es hablar de la familia natural como base de una sociedad sana y equilibrada.
Pero una familia tiene como pilar fundamental al matrimonio, “que es una realidad natural querida por Dios, pues en el orden natural de la creación, Dios es su autor, simbolizado en el sacrificio Eucarístico, y elevado a la categoría de sacramento”, según el Cardenal R. Sarah.
Las consideraciones sobre la familia católica, no pueden separarse del matrimonio, porque son los cónyuges los que constituyen la primera forma de la familia y conserva su valor, incluso no teniendo hijos. Y ahí, es donde es necesario llegar al sentido profundo del matrimonio, el cual es alianza y amor; alianza y amor entre dos personas, hombre y mujer, señal de alianza entre Cristo y su Iglesia, un amor enraizado en la vida trinitaria.
La alianza en la que el matrimonio se sostiene, es la unión en la que dos personas, (varón y mujer), se entregan en una donación plena, basada en las mismas personas, conscientes de las obligaciones que ello impone. Es una donación recíproca, cuyo pilar es, un profundo amor personal.
Las características de este amor íntimo es una realidad de las que más pesan en la vida de todos los hombres, pues sobre él, se sustenta la felicidad.
La entrega y la donación total y recíproca entre el hombre y la mujer, que tiene lugar en el matrimonio, instaura una relación única que se expresa en el amor conyugal, centro y vida del matrimonio.
El amor conyugal se basa en la diferenciación sexual entre el varón y la mujer, y su exclusividad es un corolario de la profunda unidad del matrimonio, si se considera que ese recíproco don de sí, él con ella y viceversa, es por fuerza una donación total.
El amor conyugal comprende el amor sexual, que se distingue de cualquier otro, exclusivamente, por la intervención y donación plena de los cuerpos.
En conclusión, el amor humano más sublime y único se da en el matrimonio, entre cuyos cónyuges surge, poniendo en fecunda tensión a la persona entera en plenitud, un auténtico amor de donación y perfección, con vocación de eternidad.
La virtud del silencio no está en no hablar, sino en saber callar y hablar a su tiempo
(San Alonso Rodríguez)