Isabel Pérez, FMA

Cuando pienso en María, la siento siempre como “madre y maestra”, aquella a quien invocamos con confianza filial en nuestras luchas y apuros de cada día. Ella conoce nuestro deseo de seguir a Jesús, pero ve también nuestra fragilidad e inconstancia. Por eso nos quiere acompañar en nuestra vida personal y de la Asociación.


María en la anunciación escucha: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). Se pregunta qué significa el saludo del ángel y qué quiere Dios de ella. Es una joven que sabe amar, se proyecta hacia el futuro y abre su corazón para aceptar lo imprevisto de Dios. Recibe a Jesús en su corazón antes que en su vientre. Por eso, sigue a Jesús ya desde su sí a la maternidad.


Como madre, María nos ayuda a acoger las sorpresas que Dios nos reserva en el quehacer diario y nos capacita para reconocer los signos de esperanza en nuestro mundo. Cuando hay preocupaciones y dificultades, la fe en Dios no es una receta para resolver nuestros problemas, pero todo es diferente cuando confiamos en Él. María posee una alegría de madre, un gozo interior que nace de la fe. Estamos seguros de su caminar junto a nosotros para que realicemos el proyecto de amor que Dios tiene para cada persona.


En el camino de la fe, María es maestra de interioridad, de silencio, escucha, confianza y respuesta fiel. Ella siguió a su Hijo hasta los pies de la cruz, y después de la resurrección acompañó a la Iglesia naciente a Pentecostés. Como madre y primera discípula, fue y es el mejor testimonio y la mejor maestra. Estuvo presente en la comunidad de los primeros seguidores de su Hijo y los ayudó a comprenderlo y acogerlo en su realidad humana.


En la Familia Salesiana, la presencia de María es constitutiva, expresa la entrega que hizo Jesús al discípulo amado, al pie de la cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». (Jn 19, 26), “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27). En nuestras familias, María es y será la madre de todos. Don Bosco, al final de la vida, habiendo experimentado su protección en la fundación y en el desarrollo de su obra, dijo: “María lo ha hecho todo”. Fundó el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, como “monumento vivo de su gratitud a la Auxiliadora”. A Ella confió también los Salesianos Cooperadores, para que en Ella encontrasen protección e inspiración en el compromiso apostólico.


Del Papa Francisco: quiero recomendaros, como ya lo hice durante mi visita a la Basílica de María Auxiliadora (2015), los tres “amores blancos” de Don Bosco: la Virgen María, la Eucaristía y el Papa. Nuestro santo hablaba de la Virgen con un amor intenso, y su confianza en Dios y en María le dio el valor para enfrentarse a los grandes desafíos y peligros que encontró en su vida y su misión. Por eso, uniéndome a todos vosotros, me dirijo a Ella para decirle: María, Madre de los creyentes, que supiste vivir de fe en la experiencia de la anunciación, en la oscuridad de la crucifixión de Jesús, en el esplendor y gozo de la resurrección, acompaña cada día de nuestra vida.