Luis Eduardo Martín García

¡Hola! Me llamo Luis y desde hace un mes soy salesiano cooperador. Debo admitir que esta decisión no la he elegido a la ligera. Llevo bastante tiempo mirando hacia mi futuro y lo que he visto ha sido una vocación. Una vocación por la juventud y por todas esas personas que tienen un niño en su interior y se les ha olvidado.

Hará cosa de una semana me propusieron escribir sobre mi experiencia. Y yo sin duda lo intenté rechazar. No soy una persona muy extrovertida. Pasadas unas horas, lo medité y acepté. Creo que este tipo de relatos ayudan mucho a que otras personas descubran nuevos horizontes o caminos que recorrer. Y, en el fondo, y cuando los astros se alinean, me gusta ponerme a escribir y dar rienda suelta a mis pensamientos.

Ahora, después de toda esta tediosa y tremenda introducción, me gustaría contaros un poco sobre mi y la decisión que he hecho.

Casi todos mis estudios han sido dentro de un colegio salesiano. A los seis años entré en el colegio de Salesianos de Atocha. Un lugar con profesores que se preocupan por sus alumnos y no solo de dar clases. Eso también ayudó a mi idea de lo que eran los salesianos.

A partir de ahí, hice la primera comunión en su parroquia e incluso decidí confirmarme. Y es justo en ese punto en el que empiezas a preguntarte que vas a hacer con tu futuro, tu religión y tu forma de llevar una vida cristiana.

Podría decir que mi segunda etapa empieza por aquí. Un camino en el que decides ser animador de chavales que asisten al Centro Juvenil donde tú también has sido un chaval. En ese punto decido dar y aportar todo lo que mis antiguos animadores me han aportado a mi.

Con el tiempo descubrí que puedo ayudar a chavales y adultos y darles lo mejor de mi. Una parte que jamás poseía. Y es ahí cuando descubrí la vocación de salesiano cooperador. Una vocación donde podría seguir ayudando a las personas que tengo alrededor y una comunidad mundial donde podría sentirme acogido fuera donde fuera mi camino.

Desde ahí, mi rumbo lo llevó una salesiana cooperadora de Atocha. Una cooperadora que tuvo la más increíble de las paciencias. Ella nos formó a mi y a la nueva comunidad de aspirantes de Atocha. Y no solo nos formó. Nos da todo su cariño cada vez que puede. Con todo esto y un interés cada vez más grande en mi nueva familia, empiezan los años de formación que resultan un agradable paseo por la historia de los cooperadores y su filosofía.

Y llega el gran día. Ese día en el que cuatro personas de nuestro grupo comunicamos a nuestra formadora que queremos hacer la promesa y ser salesianos cooperadores. Que queremos tener una vocación tal y como Don Bosco la soñó. Que queremos aportar nuestra vida a los jóvenes y las personas que lo necesitan. Y esa comunicación se convierte en una celebración.

Se convierte en júbilo y alegría para ella. Se convierte en un camino nuevo para cuatro personas. Y, empiezan las preparaciones: un sacerdote que nos acoja, una Eucaristía en la que comuniquemos a todos nuestros seres queridos nuestra decisión y un montón de pequeños momentos de estrés y conmoción que ahora podrían contarse como anécdotas.

Un domingo de octubre hacemos la promesa. La iglesia de Atocha se llena y todos están atentos a nosotros. Me convierto en un manojo de nervios durante todo el inicio de la Eucaristía. Veo a todas las personas que hemos reunido y me acongojo. Pasados cinco o diez minutos pienso en lo que estoy haciendo y quien es Él que me va a acompañar por siempre y le rezo en silencio. Le pido a Dios que me acoja y me guíe en este nuevo camino. Desde aquí todo se hace más fácil. Desde aquí me siento Salesiano Cooperador.

No busques cuentos con final feliz. Busca ser feliz sin tanto cuento
(Mr. Wonderful)