Rafael Villar Liñán

¿Cuántas veces te has indignado con alguna publicación que aparece en tu muro o con un mensaje de WhatsApp? Como ya sabrás, las características de la comunicación en las redes sociales nos están llevando a un clima de polarización que no habíamos vivido antes. Al menos, no lo habíamos vivido en nuestro día a día.

Recordarás que ya comenté de pasada este tema en el artículo que en el mes de marzo dediqué a Facebook, pero hoy quiero incidir en nuestra actitud ante esta radicalización en los diálogos. Aunque ya venía de hace tiempo, en esta crisis sanitaria lo hemos vivido muy de cerca: posiciones encontradas, discusiones en las redes a partir de una foto, francotiradores en los balcones para difundir fotos de gente “haciéndolo mal”, etc. Es muy difícil sobrevivir ante una sociedad que no admite las escalas de colores.

Este problema nos lo encontramos también cuando tratamos de exponer nuestra forma de ser en las redes, y cuanto más pública hagas tu opción de fe, más probable es recibir un mal comentario de alguien a quien consideras amigo. La brevedad y la falta de emociones en el texto escrito ha vuelto imposible dialogar sin crisparse. Además, el hervor de sangre se acentúa cuando cualquier opinión (incluida la religiosa) ha quedado completamente identificada con una opción política.

En el otro extremo nos encontramos a los respetuosos. Los que entienden el multiculturalismo y la pluralidad como una forma de compartimentarnos. No hay intercambios, sino que se basan en que “yo respeto tus posiciones mientras tú respetes las mías”. Y donde digo posiciones, puedo decir opiniones, actos y hasta creencias. Una posición muy pobre ésta, ya que nos estamos perdiendo al otro.

Y en el punto intermedio de estos dos extremos, está el perfecto salesiano cooperador que sabe comportarse en las redes sociales como el constructor de puentes que es. Ante cualquier conflicto, y especialmente cuando se trata del desprecio a nuestras opciones que provienen de la fe, no basta con recurrir a un combate que está más cerca de la confrontación entre ideologías políticas que del Evangelio. Tenemos que encontrar la riqueza del diálogo. Porque es dialogando como encuentras las convergencias y las divergencias con el que tienes al otro lado de la pantalla. Y así, es como aparece de repente la comunión.

No es que yo esté descubriendo ahora la pólvora. Pero no estaría mal que cuando encendamos nuestros móviles, no nos olvidáramos de estas palabras del Papa Francisco: “no es la cultura del choque, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino la cultura del encuentro”.

Nuestra oración filial nos pone en comunión, en la Iglesia, con la Madre de Jesús
(Catechismus Catholicae Ecclesiae, 2673)