Rocío Gómez Medialdea

“Este mes me tocaba ponerme en contacto con todos vosotros como habitualmente he hecho durante los meses de febrero. He preferido dar voz a una persona del ámbito sanitario. Rocío, es salesiana cooperadora y enfermera en un hospital. Hoy comparte con nosotros su reflexión, que le agradezco profundamente. Aquí os la dejo.

Soy enfermera de un hospital de Granada, ejerzo esta maravillosa profesión desde hace más de dos décadas.

Enfrascados ya en una tercera ola, quedan atrás aplausos y reconocimientos a tantos profesionales esenciales, pero sigo viendo acciones fruto del egoísmo, ignorancia y falsa sensación de inmunidad que manifiesta cuánto nos queda por andar aún… Que miran el yo y el hoy y son incapaces de prever el nosotros y el mañana.

En mis compañeros del hospital he visto acciones de máxima generosidad este tiempo. Los he visto llorar de impotencia, pena, frustración y pagar las consecuencias de tanto esfuerzo y estrés. Pero siempre orgullosos de nuestra profesión, siendo fieles al amor y vocación por ella. Es sin duda un mástil esencial al que agarrarse en tiempos de oleaje.

Lo que no nos contaron fue, que el coronavirus había venido para acompañarnos una larga temporada y eso creo que nos falta creérnoslo y, sobre todo, asumir un cambio real en cada uno de nosotros.

En cierto modo el COVID ha venido a zarandear nuestra escala de valores, examinarnos hasta dónde estamos dispuestos a dar, sacrificar por los demás, cercanos o lejanos. A ver cuánto nos importan los demás.

Es aquí donde creo, flaqueamos. En ocasiones, sin pretenderlo, podemos poner en riesgo tanto a nuestros seres queridos como a quien no conocemos. A veces parece que “si no conocemos no duele”. Pero ese dolor existe y es real en las personas, familias que son anónimas pero merecen nuestro respeto y afecto. Llegar a este pensamiento y creencia es la primera fase para poder contener un poco la pandemia.

Echo de menos que los informativos emitan más imágenes de UCI, de pacientes intubados, solos en habitaciones durante días, viviendo y muriendo en soledad. Testimonios de enfermeras que acompañan a familiares al mortuorio para el reconocimiento del cadáver de su familiar. De los profesionales que se han contagiado en su trabajo y han llevado el COVID a casa. Testimonios de pacientes que tras superar la enfermedad padecen secuelas que sólo el tiempo desvela; de cómo y cuánto les ha cambiado la vida a ellos y a sus familias, de ilusiones y proyectos que han quedado por el camino.

  • Es tiempo de ser generoso con los demás, privándonos de acciones que nos apetecen.
  • Es tiempo de activar el ingenio, de hacernos presentes de otra forma, de demostrar lo que queremos a los nuestros con otros detalles, la tecnología nos tiende una buena mano en eso.
  • Es tiempo de poner el ojo no en nuestra puerta, sino en la del vecino, en la del comercio del barrio, estar atento y colaborar según nuestras posibilidades.
  • Es tiempo de ejercitar el amor al prójimo, como dice el Evangelio “Amar a los demás como a uno mismo” con nuestra presencia o nuestra ausencia. Desde la alegría, como Don Bosco nos pediría.
  • Es tiempo de pensar en colectividad, practicar la empatía, la paciencia activa, el sentido común, todos somos importantes, sepamos cual es nuestra función, porque si no, esto va a permanecer más de lo deseado y la factura será más dura aún.

Hasta entonces, mantengamos la esperanza de que el final de la pandemia está cada vez más cerca y trabajemos para saltar las olas.

Ante circunstancias adversas podemos reaccionar de forma negativa,
airada, o de modo positivo, sacando partido a la situación
(Anthony de Mello)