La ”almendra” central de algunas ciudades está siendo cerrada al tráfico de vehículos contaminantes. En alguna de ellas, se han ampliado las aceras para que los paseantes tengan la oportunidad de hacer de su recorrido algo no sólo más sano, sino también más amable, más humano. Con independencia del transtorno que se ocasiona al día a día, ajetreado, laborioso, automatizado en ocasiones, podemos ver en esa medida una invitación a hacernos un poco más conscientes de la realidad en la que vivimos y en la que nos va a nacer nuestro Salvador: no será en un pesebre de un pueblo remoto del desierto israelí. Será entre la prisa, los cartones, los manteros, las terrazas, los comercios, las aceras, los transportes públicos, las obras, los semáforos, los bancos, las escaleras, las luces navidad, los humos, los escaparates y los reflejos de nuestras pequeñas o grandes ciudades, nuestros céntricos o remotos barrios.

Hace unos años, al llegar estas fechas, solíamos atravesar en coche, en familia, el Paseo de la Castellana de Madrid, para admirar las luces y terminar en un parking frente un centro comercial que publicitaba sus productos con un espectáculo –más o menos acertado– de animación infantil. Los ritos de la Navidad, que siguen aglutinando simbologías de luz y color, deberían servir para acercarnos realmente no tanto al cielo, como a las aceras donde sigue habiendo realidades de penumbra y donde, sin embargo, dicen, es donde Dios va a nacer.

Descarga aquí el Boletín Provincia San Juan Bosco, diciembre 2018