Isabel Pérez Sanz

Pensando qué sería de interés para nosotros en estas fechas, me vienen a la mente dos palabras que pueden interpelar nuestra manera de ser y de estar viviendo el hoy: la esperanza y la alegría. Madre Yvonne, en su carta de este mes a las Comunidades me ha inspirado.

La alegría y la esperanza son elementos fundamentales de la espiritualidad salesiana. No se pueden separar, porque brotan de una certeza: el amor de Dios está siempre presente en nosotros y nos acompaña. Ello nos da serenidad en los momentos de prueba o de dolor y hace arder nuestro corazón para generar vida y “vida en abundancia”.

En este momento histórico de incertezas e inseguridad, de división y deterioro de relaciones, el tiempo de Adviento, nos invita a renovar nuestro deseo de Dios, a sentir la seguridad de que Él vela por nosotros y de que su Espíritu “no abandona la obra de sus manos”. Podemos preguntarnos: ¿dónde reside la fuente de nuestra esperanza, de nuestra alegría?

Sabemos que Dios, por amor, tomó la decisión de hacerse hombre y “acampó entre nosotros” para vivir todo aquello que la humanidad experimenta. Nuestra mirada atenta nos hace descubrirlo encarnado en el devenir de cada día, y tenemos la certeza de que nos comprende y acompaña.

Hermanos salesianos: no vivimos aislados, sino como Asociación, como comunidad de hermanos SSCC; miembros activos de la Familia Salesiana. Esto presupone una experiencia de encuentro, de acogida, de escucha, de disculpa, de paciencia y humildad. Nos llama a abrir el corazón para dejarnos habitar por Dios y por los demás, conscientes de que la verdadera comunión se construye en el ser-con y no sólo en el ser-para los demás. Por ello, nos comprometemos a humanizar nuestras relaciones por el camino del “querernos bien” sin tener miedo a demostrarlo. La familia es el lugar que experimentamos como más próximo, más nuestro, y está llamada a incluir y acoger nuestros lugares de trabajo, de vecindario, de misión, y sobre todo de encuentro con los jóvenes.

En el artículo 11.2 del PVA/R se nos “invita a acompañar nuestra actividad con una actitud de contemplación, a buscar y descubrir el misterio de la presencia de Dios en lo cotidiano y el rostro de Cristo en los hermanos. Por tanto, sostenidos por el Espíritu, afrontamos con serenidad las dificultades de la vida, las alegrías y los sufrimientos que acompañan el trabajo apostólico.”

Caminamos con y en la historia que nos ha tocado vivir. Y esta época, como tantas otras, está llena de contradicciones. Jesús asumió el precio que suponía anunciar la Buena Noticia en las circunstancias de su época y lo hizo con la alegría de saberse y sentirse en las manos de Dios, cumpliendo con su misión. Nosotros, tú, ¿somos creyentes esperanzados?, ¿construimos el Reino en toda circunstancia con nuestras palabras, nuestras obras o simplemente con nuestro ejemplo? María es la referencia de nuestro esperar y acoger a Jesús. Ella, mujer del Sí constante, nos precede. ¡Feliz tiempo de Adviento-Navidad!

Año LVI. Número 640, diciembre 2019