José Luis Muñoz Blázquez
Vocal regional de CSJM

Algunas de las causas de los movimientos migratorios son tan antiguas como el ser humano. Las personas, como el resto de los animales, se ha desplazado cuando sus condiciones de vida se han complicado. El cambio climático natural y la búsqueda de comida, provocó grandes migraciones de los primeros hombres y mujeres, que además eran nómadas. Más tarde estos movimientos de población obedecieron a nuevas causas, muchas que se han mantenido hasta nuestros días.

Millones de personas siguen hoy día buscando una vida mejor. ¿Quién no desea eso para sus hijos? La diferencia es que nosotros hemos tenido la fortuna de nacer en el lado favorecido del planeta. Las luchas entre etnias, las guerras abiertas, la persecución política y religiosa, la crisis económica que golpea más fuerte al débil, el cambio climático acelerado por nuestro sistema de vida que provoca hambre y miseria son realidades del lado desafortunado.

Les vemos por la televisión o en nuestras redes sociales y su situación nos duele profundamente, pero, un día, cuando llegan desnudos, traumatizados por la huida, por las pérdidas en el camino, llenos de heridas por las alambradas, empapados por el agua helada del mar… cuando llaman a la puerta de mi casa, de mi ciudad, de mi país con otro color de piel,
con otros olores, con otras creencias… ¿cuál es mi reacción?

Soy consciente de que en unas líneas los planteamientos que se pueden hacer son demasiado simplistas, pero no puedo dejar de pensar en la actitud acogedora de Jesús de Nazaret y de Juan Bosco, y se vienen abajo todas las teorías que construyo para proteger y justificar mi falta de hospitalidad. Y es en este sentido que os propongo continuar con la reflexión que seguro habéis hecho en vuestros grupos en relación a la realidad de las migraciones humanas. Al fenómeno de la inmigración en vuestras ciudades y pueblos. Profundicemos sin complejos sobre el grado de responsabilidad que nuestra vida occidental de bienestar tiene en los conflictos y en los ecosistemas dañados. Analicemos nuestras actitudes individuales como mujeres y hombres cristianos y salesianos y cambiemos si hace falta.

Vayamos más allá de las estadísticas y de los análisis sociológicos –que también nos ayudan a comprender-. Miremos al Jesús de la Samaritana y al buen samaritano. Imaginemos a Jesús que nos dice… “me viste forastero y me acogiste”. Seamos hospitalarios desde la oración, desde la acogida de la Palabra, mirando como Dios nos acoge cada día de nuestra vida.

Observemos nuestras actitudes cotidianas, nuestro lenguaje a veces excluyente, los partidos a los que votamos y sus posicionamientos, nuestra participación en entidades y asociaciones, nuestro esfuerzo económico en pro de iniciativas solidarias y nuestros hábitos de consumo y uso de los recursos del Planeta. Vivimos en un mundo muy complejo, muy interdependiente, donde si estiramos de aquí, se arruga de allá. Pero eso no puede ser una excusa. Hemos de caminar por la Vida con pies firmes, con la responsabilidad de sabernos hijos de un Dios que acoge, de un Dios que es todo Amor: un Amor sin medida.

Yo te amé con un amor eterno; por eso he guardado fidelidad para ti
(Profecía de Jeremías 31, 3)